Le llegó la hora al ministro Alejandro Sinibaldi.
Desde que la prensa descubrió los plagios del precandidato Manuel Baldizón, la expectativa era descubrir quién más había comido de la misma manzana.
El primero que salió con el cupón de la trampa fue el Ministro y precandidato naranja, mejor conocido como el Sipi.
En una entrevista que le hizo en TV Azteca el colega José Eduardo Valdizán a Sinibaldi en 2011, el entonces candidato a Alcalde dijo que era “Administrador de Empresas, graduado de la Universidad Rafael Landívar”.
Semanas después, el periodista Enrique Naveda, de Plaza Pública, le arrancó al ahora Ministro esa máscara en otra entrevista. La cosa quedó ahí, sin mayor alharaca, quizá porque en ese momento no escandalizaba tanto que Sinibaldi hubiera mentido sobre su grado académico, sino de dónde estaba sacando el chorro de millones que usó en su campaña.
En este nuevo momento, casi tres años más tarde, la mentira grabada ha vuelto a flotar y Sinibaldi ha tenido que bajar la cabeza ante la evidencia: Manuel Baldizón y él han compartido la misma loma.
¿O no? La verdad es que para ser justos en este tema hay que establecer distancias entre ambos políticos. Y aunque los dos han mentido sobre sus calificaciones académicas, lo de Baldizón resulta más grave.
El candidato de Lider ha hecho de su supuesta estatura intelectual un eje de campaña. El hombre de los lentes se ha querido presentar como genio de la academia, un autor publicado cuyos aportes engrandecen el corpus de conocimiento científico del país.
Baldizón insiste –acaso insistía– en que le llamaran doctor, se mandó a hacer vallas para publicitar su obra y presumía de un abultado CV, que resultó ser más humo que sustancia. Víctima de su propia falta de referentes, tal vez él sí se cree erudito. Es posible también que haya subestimado el conocimiento de los capitalinos y apostado que podía triunfar en el embuste.
Sinibaldi, hay que reconocerlo, ha manejado mejor la crisis de su mentirota. En vez de aferrarse a la falsedad y encontrar excusas inverosímiles, salió a dar la cara y aceptó que fue un error.
Eso desde luego, no borra la mentira, que persigue al precandidato oficial hasta el día de hoy, y nos hace preguntarnos en cuántos otros temas donde no hemos rascado lo suficiente también ha respondido con falsedades, con la cara tiesa que le puso a José Eduardo Valdizán.
En un país donde solo una diminuta elite logra culminar estudios universitarios, donde el político más veces reelecto de la historia democrática nunca ha escondido que carece de títulos académicos, lo que más ofende de Baldizón y Sinibaldi es la mentira, y la mentira gratuita, vanidosa, sobre un hecho que al final es políticamente irrelevante.
Este asunto, dilucidado ahora, 20 meses antes de la elección, perderá vigencia y fuerza a la hora de la campaña de 2015.
Fuera de los títulos y los plagios, nos debe preocupar que quienes aspiran al poder mienten descaradamente. Y todavía superior a ello, nos debe quitar el sueño qué revela esta polémica de la calidad de la educación universitaria en nuestro país: de sus estándares, sus propósitos, del entramado de relaciones que establece con el poder, y de las pruebas establecidas para evaluar y garantizar la formación profesional.
Es obvio que nuestras universidades no son las que queremos y sobre todo, las que necesitamos. ¿Y sobre eso, qué hacemos? ¿Y qué proponen Baldizón y Sinibaldi?
Publicado el 10 de marzo de 2014 en www.elperiodico.com por Dina Fernández http://www.elperiodico.com.gt/es/20140310/opinion/243924/
No Responses