El fracaso de los políticos es una oportunidad para diseñar el futuro, cambiando la forma de pensar, de gobernar y de vivir.
Es necesario que aprendan la lección y respeten el cambio iniciado en abril del 2015 mirándose en el espejo de los que están en el bote, con el riesgo de ser condenados a penas severas y terminar sus días viendo la luz a cuadros, el mensaje es claro: el pópulo está harto de su conducta y con la democracia no se juega. La circunstancia es propicia para formar y capacitar dirigentes jóvenes fundando nuevos partidos políticos que cumplan su función social sin repetir los errores de la vieja dirigencia corrupta, que sembró la anarquía y convirtió en negocio el proceso democrático sin consolidarlo en forma gradual, progresiva, flexible y sensible a los cambios que la propia dinámica social genera. Los nuevos dirigentes deben aprender que la política como arte de lo posible da la posibilidad de reivindicarla actuando con honradez, actitud que permite recuperar credibilidad y los principios fundamentales perdidos, fortaleciendo las relaciones humanas en un marco de libertad y justicia, demostrando que el político auténtico es un conductor social, no un pícaro ni un farsante. Su misión es guiar grupos humanos velando por sus intereses, ejerciendo un liderazgo que lo obliga a darle su lugar a la razón y dignificar la retórica, sin abusar de ella como instrumento de persuasión.
Aquí es difícil gobernar por el desorden organizado que existe y las ambiciones encendidas que se disputan el poder sin tregua, revelando que no es imaginación de que el fin justifica los medios. Coadyuva la incapacidad y corrupción de los mandatarios sometidos al poder paralelo sin entender de que en la democracia la teoría debe caminar de la mano con la realidad para hacer cambios cualitativos y cuantitativos, esenciales y profundos que logren el equilibrio social deseado modernizando el sistema, avanzando con crecimiento económico y desarrollo social sustentables. Hacerlo requiere ejecutar una política diferente y actuar con responsabilidad social, sin proteger intereses particulares ni engañar a la gente afirmando que la democracia real es un proceso espontáneo, al contrario, es dirigido y requiere líderes capaces y honrados que acepten el reto de diseñarlo y hacerlo funcionar. Liderazgo obligado a saber que el arte de gobernar implica conocer y practicar la justicia social, respetando la naturaleza humana entendiendo y aceptando que nunca puede existir igualdad entre las cosas desiguales, pero sí justicia para ser iguales ante la ley y vivir en armonía.
La crisis obliga a un relevo de líderes con estilo y pensamiento diferente, tendencia universal ante la dimensión de las dificultades del mundo que lejos de resolverse se agravan. Es hora de excluir a los corruptos y mediocres, el momento de impulsar un liderazgo creativo y dinámico utilizando los medios que la lógica pone al alcance, entre los que el diálogo es un instrumento vital para adquirir un compromiso con la sociedad, iniciando una transformación auténtica alcanzando bienestar y paz sin tanto sacrificio, los problemas tienen solución, los intereses creados impiden encontrarla. El fracaso de los políticos es una oportunidad para diseñar el futuro, cambiando la forma de pensar, de gobernar y de vivir, aspiración que la juventud puede realizar sin perder la identidad asimilando con acierto la inteligencia artificial evolucionada, detonante de un cambio irreversible de la humanidad que está convirtiendo en polvo la farsa montada hace siglos. El pópulo mira con esperanza el horizonte y no dejará que lo vuelvan a engañar en cien ni en mil años. Y si hace falta la lluvia y el Sol se juntarán y lo impedirán con ayuda de la sombra del silencio, que al final de la jornada firma con la mirada la llegada de la primavera y enseña a creer en la realidad y en los sueños, lejos del odio y del fuego de la angustia aguda de la vida, que a veces se esconde en una palabra.
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