El odio: discurso y recurso

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Una cosa es tener diferencias ideológicas y plantearlas con pasión, postura y determinación. Otra, es que esas diferencias nos lleven a emplear el odio como centro y carga de nuestro discurso. Y como instrumento para enfrentar las posiciones antagónicas.

Está claro que en relación al conflicto armado interno o más allá, en relación con las bases e inicios de la construcción del Estado de Guatemala, no solo se trata de diferencias, sino principalmente de antagonismos. De posturas irreconciliables y de miradas absolutamente contrarias para comprender la historia y el presente. Eso lo tenemos que aceptar y convivir con ello. Nuestra democracia, por muy fallida, débil o empañalada que sea, depende de cómo podamos convivir con las diferencias y los antagonismos.

Por eso resulta realmente penoso el discurso de odio que se percibe con facilidad en las opiniones, comentarios o declaraciones acerca de activistas o personajes con posiciones críticas ante el poder dominante, o ante las actuaciones de quienes tuvieron participación en el conflicto armado interno. Se nota hasta el desprecio humano con el que se refieren a quienes tienen otras formas de ver los procesos. El discurso del odio sustituye al sano debate y a la necesaria confrontación de posturas ideológicas. Se carga de aquella violencia y rupturas que necesitamos superar como visiones, imaginario y actitudes frente a los antagónicos. Dejarnos llevar por el odio en la forma como hablamos o escribimos frente a los contrarios a nuestras formas de ver y pensar la vida, es dejarnos llevar por esos vientos huracanados que destruyen todo a su paso. Y de lo que se trata es de reconstruir esta sociedad.

Lo enfatizo para quienes practican el discurso de odio para acentuar su conservadurismo y militarismo y desde allí descalificar a activistas, a personas en resistencia, a quienes luchan por el territorio y la defensa de los recursos, a quienes defienden a las víctimas.  Por supuesto, tampoco se vale el discurso del odio desde el otro lado del río, desde las posiciones que podrían llamarse progresistas o críticas. Una cosa es la crítica, y otra el odio.

Cuando el discurso se utiliza con tanta frecuencia y de manera sistemática, termina convirtiéndose en un recurso útil para confrontar, para evitar el diálogo real y profundo, para generar oleadas de desprecio hacia quienes piensan y actúan diferente. Y no es muy difícil poder imaginarnos, con un enorme susto, de lo que puede ocurrir en nuestra sociedad si seguimos alimentando el odio. Si seguimos viéndolo como el recurso para ganar falsas batallas o para seguir imponiendo ideas, visiones o formas de ser.

No se trata de un infantil “darnos la mano y olvidar”, porque eso requiere mucho esfuerzo humanista y espiritual. Pero deberá ser hacia ahí que tenemos que ir. Pero antes, la verdad en todas sus caras, la justicia con firmeza para los responsables, la dignificación para las víctimas. Con eso, podremos ir creando las bases de la reconciliación.

Pero con el odio, como discurso y recurso, me temo que ni reconstruiremos a la sociedad, ni podremos avanzar o desarrollarnos. Porque en la medida que el odio se siga utilizando para quienes sueñan un país diferente y mejor, en esa medida la sociedad en su conjunto no podrá ni contemplar ni andar el camino de la paz verdadera que nos incluya a todas y todos.

El odio no solo sustituye argumentos. Impide la comprensión plena de la realidad en que vivimos y cierra las puertas al cambio. Por eso, más que la crítica profunda, es el odio el que nos mantiene en el pasado.

Publicado por www.s21.gt el 12 de Abril 2016 por Carlos Aldana
http://www.s21.gt/2016/04/odio-discurso-recurso/

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