Clientes, no ciudadanos

La estrategia deja clientes insatisfechos.
Era una tarde de domingo en Chajul. Los candidatos estaban sobre la tarima y poco después se anunció el cierre del acto. La gente comenzó a buscar a los organizadores: “¿Y la rifa?” “Aquí se vota por conciencia, no por los regalos”, respondieron los activistas. “La próxima vez avisen, solo nos hacen perder el tiempo”, protestó la gente.


Según políticos que han participado en varias campañas electorales, alrededor del 50 por ciento del voto se decide por compromisos clientelares que los dirigentes políticos establecen con la población. Si ese dato es cercano a la realidad, significa que la relación clientelar es central en las estrategias de campaña, pero no lo explica todo. Por el acceso a recursos e infraestructura los partidos de gobierno siempre tendrán la ventaja sobre sus competidores; sin embargo, en seis elecciones celebradas en dos décadas nunca el candidato oficial ha ganado.

Hay dos posibles respuestas a ese fracaso político. Puede ser que la estrategia clientelar tenga alcances de cobertura insuficientes, pues deja afuera a más gente de la que beneficia. Por ejemplo, a la hora de distribuir bolsas se podría beneficiar solo a uno de cinco potenciales clientes. O sea, hay uno satisfecho, pero cuatro excluidos. Las relaciones de beneficiarios de los fertilizantes y los bonos podrían ser aún más desbalanceadas, no digamos la apertura de empleos, aunque sean temporales. El Estado no es un gran empleador.

La otra respuesta tiene que ver con la institucionalización de las políticas o, si se quiere, de los programas clientelares. Aunque el clientelismo es una vieja institución, con raíces coloniales, propio de sociedades cerradas y de escasa movilidad social, la debilidad del Estado abre espacios a otros muchos oferentes. Si no hay continuidad de los beneficios ni ampliación de cobertura, tampoco habrá lealtad o apego hacia el “patrón gobierno”. Se vuelve la mirada sobre otras ofertas; además, hay muchas escalas y tipos de oferentes, sobre todo en esta época de boom de la economía del delito.

En unos grupos de enfoque quise analizar el clientelismo desde el punto de vista de la democracia y la moral, y la gente me paró en seco: “Creemos lo que vemos y lo que nos dan en el momento, de promesas estamos empachados.… ¿Cómo que vendemos nuestro voto? ¿Por qué está mal ir por dinero, acaso los candidatos no van por dinero, y ellos sí tienen toneladas de billetes?”. El tránsito progresivo de “clientes” a ciudadanos es una tarea ardua para la cual se requiere otro tipo de Estado, pero solo sería insuficiente si no cuenta con un mercado abierto.

Publicado el 02 de marzo de 2015 en www.elperiodico.com.gt por Édgar Gutiérrez
http://www.elperiodico.com.gt/es/20150302/opinion/9292/Clientes-no-ciudadanos.htm

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