Fuga de cerebros

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ALFRED KALTSCHMITT

 

Algunos lo llaman fuga de cerebros, otros “flujo de talentos”. Todo relacionado a la oferta y la demanda dentro de eso que llaman las “realidades de la globalización”.  “Los jóvenes se quieren ir, -me decía un familiar recientemente-. Ya no aguantan el ambiente político, la corrupción, la inseguridad y las pocas oportunidades que ofrece nuestro país. No ven futuro. Tres de los compañeros de mi hijo ya se fueron, y en cuanto termine su maestría también él tiene planeado irse al extranjero”, recalcó. Es un fenómeno sobre el cual el Banco Mundial se ha pronunciado, señalando que la región debe generar empleos de más calidad para satisfacer la creciente demanda de profesionales calificados. Enfatizando que para que el “flujo de talentos” beneficie a los países latinoamericanos, los gobiernos de la región necesitan promover, tanto las redes de conocimiento, como los incentivos para el retorno del capital humano.

Según esa institución, la pérdida es más sentida y seria para el  Caribe y Centroamérica, donde la emigración de profesionales sí supone una merma dramática de capital humano, comparado con   países con economías más vigorosas  —como México y varias naciones de Sudamérica— en el concepto de “fuga de talentos” —o de cerebros—  que  pasó a denominarse “flujo de talentos”, reconociendo así la realidad de la movilidad económica global.

Empero, el sentimiento de hastío y  de ahogamiento  no se supedita únicamente a los  jóvenes profesionales,  sino   también a  guatemaltecos emprendedores que se estrellan contra las barreras de la ineficiencia burocrática, haciendo cuesta arriba la concreción de proyectos.

“Me cansé de luchar contra grupúsculos disfrazados de organizaciones civiles, de mordidas y trámites engorrosos para llenar requisitos inútiles —se queja un joven emprendedor—. Me fui a Honduras. En menos de dos meses me autorizaron los permisos. Encontré  cero conflictividad social,  trabajadores amigables,  deseosos de emplearse, y pronto iniciaré operaciones”,  remarcó.

¿Qué tanto de esto es percepción negativa, de imagen, de contaminación mediática y ruido electorero, y qué tanto es realidad respaldada con data verídica?  Es una enredada mezcla. La ineficiencia burocrática, la atención hospitalaria, la gestión de trámites, las escuelas públicas, el transporte, la congestión vial   y el problema más sentido, según las últimas encuestas:  la situación económica. Es esta combinación de “perfecta tormenta”  la causante de motivar a decenas de miles de guatemaltecos a  arriesgar la vida para emigrar al norte. Lo lamentable es que es el mejor “DNA” chapín que tenemos:  gente emprendedora, soñadora, imaginativa, dispuesta a pasar penalidades, incurrir  en deudas, peligros, con tal de mejorar su vida. Esta fuerza interna no es común, es la mejor semilla social de las comunidades la que emigra. Gracias a este “flujo de talentos”  sobrevive nuestra economía con las remesas, que aunque cuantiosas, se utilizan más para consumo.

Pero deja un vacío muy sentido, creando  externalidades negativas en el ámbito familiar, con los efectos disfuncionales del núcleo familiar; el precio de la tierra,  la cual se ve presionada hacia la alta por la alta demanda en las comunidades recipiendarias;  la mano de obra, que escasea por la misma razón, hasta en los préstamos culturales que se hacen evidentes en la arquitectura, en la lingüística y hasta en la comida.

En mi último viaje a Houston me encontré con guatemaltecos que han destacado en sus carreras. Como los doctores Abel Paredes y Jaime Tschen, ambos eminentes en su campo;  el primero, en la pediatría infantil, y el segundo,  en la dermatología. Hicieron su vida allá y si vuelven, quizás será para retirarse. Muchos otros guatemaltecos  se han integrado completamente.

Un país es tan bueno como sus líderes,  y tan robusto y sano como su población. Todo un desafío.

Publicado el 20 de enero de 2015 en www.prensalibre.com 
http://www.prensalibre.com/opinion/Fuga-de-cerebros_0_1288671121.html

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