Ébola

Solemos ver las noticias con un dejo de distancia, un elemental mecanismo de defensa psicológica que funciona a medias. Es como cuando recibimos el impacto de los asesinatos de mujeres, de pilotos, de niñas violadas. Es algo que les sucede a los demás, una tragedia ajena y jugamos a creer que jamás tocará a nuestra puerta. Pero cuando lo hace, nos pilla indefensos. Así viene el ébola, un virus poderoso y mortífero, probablemente una mutación creada en laboratorios ultrasecretos en este mundo de guerras, en donde el exterminio de los otros se ha convertido en el objetivo principal de las estrategias de dominio territorial y económico. Contra el virus no parece haber más defensa que mantenerse lejos y a salvo de sus pavorosas consecuencias.

En declaraciones recientes, el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, externó su preocupación por esta terrible epidemia, expresando su malestar, no por la amenaza contra la vida de millones de personas, sino por el hecho de que un potencial contagio en Centro y Sudamérica signifique una avalancha de migrantes hacia Estados Unidos. Con esa visión “humanitaria”, podemos decir que muy probablemente el imperio nos ha abandonado a nuestra suerte.

Por lo tanto, es probable que los países de la región —la mayoría desprovistos de sistemas de emergencia y carentes de infraestructura suficiente para hacer frente a un desastre tal— deban arreglárselas solos ante el peligro con sus propios recursos. La pregunta es obvia: ¿qué sucedería si al país ingresa una persona contagiada con el virus? Mientras el Gobierno hace alarde de la compra de equipo para el aeropuerto, nadie sabe qué sucederá en las fronteras terrestres y marítimas, en las ciudades del interior de la República, en los centros de Salud regionales.

 El sistema de salud pública está en ruinas. La sobrevaloración escandalosa de las medicinas es un negocio de unos pocos allegados al poder, quienes han construido una fortaleza inmoral a costa de la salud y la vida de la población. ¿Qué se espera entonces del día que se presente una catástrofe sanitaria provocada por un virus indestructible si ni siquiera hay atención para las enfermedades comunes?

Hay que echar una mirada crítica al deterioro experimentado por todas las instituciones del Estado, pero muy especialmente aquellas que se relacionan con la seguridad sanitaria de la ciudadanía. En la actualidad, cualquier situación de emergencia representaría una catástrofe en toda su extensión: un terremoto, un huracán, un virus insidioso. Es decir, la debilidad endémica del sistema de prevención de riesgos coloca a todo el país en un estado crítico de indefensión que no parece despertar mayores inquietudes ni siquiera entre sus principales afectados.

A estas horas debería existir un manual de instrucciones precisas sobre las características de esta amenaza que ha cobrado en África la vida de cerca de ocho  mil personas en las primeras semanas desde la detección del brote. Las medidas deben ir mucho más allá de un amago de respuesta que no satisface ni siquiera una demanda mínima en caso de ingresar al país, porque el virus es mortal y contra él —por lo menos hasta ahora— solo es posible prevenir.

Publicado el 12 de octubre de 2014 en www.prensalibre.com por Carolina Vásquez Araya
http://www.prensalibre.com/opinion/Ebola_0_1228677407.html

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