La cultura del achichincle

Hipotecan su dignidad a cambio de un puesto o un contrato.
En tiempos coloniales, el concepto náhuatl de achichincle era utilizado para referirse a los indígenas que servían voluntariamente a los españoles, y seguían sus órdenes ciegamente. La idea no se enmarcaba dentro del racismo sistémico de la pigmentocracia, sino constituía una muestra de rechazo de los mismos pueblos indígenas en contra de aquellos que se plegaban a los conquistadores con el fin de obtener algún privilegio social o económico.

 

En El Señor Presidente, Miguel Ángel Asturias, utilizó dicho concepto para describir a los funcionarios de Estrada Cabrera que agachaban la cabeza y seguían sus designios sin cuestionar sus directrices. Cual relación amo-siervo del medioevo, el servidor intercambiaba su lealtad a cambio de la protección y beneficios del dictador.

Hoy la idea mantiene la connotación social de la Colonia, y el carácter político que le impregnó nuestro Premio Nobel. El achichincle es aquel activista o servidor público que hipoteca su dignidad, tolera humillaciones y maltratos a cambio de un “hueso”.

El servilismo es la característica que le define. Idolatra a su patrón, por lo que mueve cielo y tierra para agradarle, aun si en el proceso atenta contra la lógica común. Esto explica la adulación de funcionarios hacia sus superiores, bautizando proyectos públicos como casas y ambulancias “tipo Baldetti”. O la infamia de referirse a la Vice como “la jefa”, o los halagos de ciertos funcionarios en redes sociales hacia el binomio. También las marchas de apoyo o la publicación de campos pagados mostrando su apoyo a dirigentes cuestionados o sancionados.

Se ofende cuando cuestionan a su patrón: reniega de las críticas y publicaciones que señalan las insolvencias de su protector.

Es una relación utilitaria, pues en nuestro sistema de corte patrimonial, una plaza, un contrato, o mejor aún, el reconocimiento “del jefe”, son beneficios deseados por muchos. Y no es para menos. Cuando el funcionariado público no se elige por mérito, sino por la relación servil con miembros superiores de la jerarquía burocrática, las adulaciones del achichincle hacia “su protector” se convierten en medios de supervivencia y ascenso social para mandos medios y servidores públicos.

La cultura del achichincle es el complemento del caudillismo y la corrupción. Así como el conquistador y el dictador representaban la decadencia de antaño, el patrón hoy es referente de la degradación del sistema. Generalmente “el jefe” es un mandatario, ministro, diputado, dirigente partidista o director de una institución, carente de visión de Estado y para quien la política no es más que negocio o autopromoción.

Si se quiere construir institucionalidad, es imperativo sustituir la obtención de cargos públicos vía la cultura del achichincle, por un régimen de servicio civil que sustente una burocracia profesional.

Publicado el 30 de septiembre de 2014 en www.elperiodico.com.gt por Phillip Chicola
http://www.elperiodico.com.gt/es/20140930/opinion/2588/La-cultura-del-achichincle.htm

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