A causa de que la Ley Electoral obliga a que los candidatos pertenezcan a partidos políticos, la consecuencia es que eso ha dado lugar al surgimiento de un oligopolio, en el cual participa un número relativamente pequeño de agrupaciones electoreras. Este es el calificativo correcto, porque los partidos que compiten en Guatemala no llenan las condiciones teóricas para ser considerados como tales.
En ese ambiente, que también existe en países con democracias reales, encajan las alianzas políticas para lograr mayorías parlamentarias, sobre todo en aquellos cuyo sistema no gira alrededor del presidencialismo ni del tiempo fijo para ejercer el poder. Sin embargo, cuando se unen, aunque sea de hecho, dos agrupaciones políticas que sumadas logran la mayoría en el parlamento, en países política y democráticamente débiles como Guatemala, es cuando se sientan las bases para un pernicioso contubernio entre las cúpulas partidarias.
En esos casos, las demás agrupaciones partidarias, de poca fuerza y frecuentemente débiles en el sistema, se convierten en comparsas cuya fuerza política se reduce al mínimo, y solo quedan en espera de que los resultados electorales hagan disminuir el número de diputados en cualquiera o en los dos miembros del duopolio.
Existe la posibilidad de que uno o varios partidos tengan las diputaciones suficientes para hacer una alianza a fin de gobernar. En teoría, esto no tiene nada de malo, pero en la práctica, en sistemas como el nuestro, eso implica el afianzamiento del contubernio como forma de gobierno.
Dentro de esta realidad oculta, los ataques entre aspirantes en los mítines proselitistas se convierten en una farsa y contribuyen a la pérdida de la confianza en los procedimientos propios de una democracia, porque muy pronto se hacen públicas esas alianzas y acuerdos oscuros. En el caso actual, el silencio del partido atacado el día de la ilegal presentación del aspirante oficialista a la Presidencia se convierte en una sospechosa indiferencia de los opositores. Tal actitud no encaja en la manera de ser de los lideristas, siempre dispuestos a aprovechar cualquier error de sus adversarios para desprestigiarlos.
En resumen, las acciones de los dirigentes partidistas nacionales, aunque no conocidas de manera abierta, no contribuyen a fomentar la participación popular. La democracia guatemalteca se vuelve de cartón, y todo ello frente a los países amigos, que ante esas acciones afianzan su criterio de que Guatemala es el país donde menos respeto se respira a cualquier forma de legalidad y de legitimidad políticas.
Publicado el 30 de septiembre de 2014 en www.prensalibre.com por Editorial Prensa Libre http://www.prensalibre.com/opinion/El-comienzo-de-un-duopolio-politico_0_1220878118.html
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