Claro como el agua

Una de las cualidades de un es- tadista reside en su manera de prever, de reaccionar, de enfocarse en objetivos específicos sin perder de vista la ruta para alcanzarlos. En suma, es su capacidad para dar soluciones sencillas a los grandes retos de una administración.
 

Nada de demagogia ni mentiras, tan típicas de falsos líderes cuyas miras están muy lejos del bienestar de su pueblo, sino una conducta intachable y un proceder transparente.

 La carencia de líderes auténticos en una sociedad tan compleja como la nuestra es una verdadera tragedia. Cada cuatro años la ciudadanía cae en una especie de estupor, sin saber a ciencia cierta si su participación servirá para algo o será mejor abstenerse y quedarse en casa, lamentándose por el poco promisorio futuro de su país. Los líderes no aparecen; si existe por ahí el germen de un buen liderazgo  está condenado al silencio porque el sistema no le da la menor oportunidad de salir a relucir.

La solución sería simple. Tanto, que a ningún político le interesa recurrir a ella. Es tan fácil como la redacción de una ley para favorecer la participación de la ciudadanía, impedir los compadrazgos entre candidatos y financistas, obligar a rendir cuentas claras, abrir opciones para la integración de líderes comunitarios sin trabas, sin discriminación y sin amenazas.

Así también operan las políticas para mejorar la calidad de vida de la población: profesionales bien preparados y especialistas en su área para los ministerios y secretarías. Control efectivo contra la corrupción en los despachos oficiales y fuera de ellos. Rendición de cuentas. De ese modo y sin mayores aspavientos, la ejecución del enorme presupuesto estatal sería eficiente y limpia, habría más y mejores centros de enseñanza, hospitales y dependencias cuya misión es atender a la población y no abusar de ella.

Un líder auténtico en una posición de poder no se sirve de ella para impulsar candidaturas ni dar pases en blanco al partido político que lo respalda. Un estadista sabe y comprende que al gobernar, ha aceptado explícitamente desligarse por completo de compromisos sectarios para trabajar en nombre y a favor de toda la ciudadanía, sin excepción. Esto que parece un sueño de opio es la realidad en países cuya institucionalidad ha alcanzado un nivel de madurez capaz de ofrecer herramientas para impedir los abusos de poder.

Mejorar la calidad de vida de la población es simple. Basta con invertir en lo prioritario los recursos del Estado, pero no con una visión de emergencia,  sino con una de sostenibilidad. Los recursos que la población aporta con su esfuerzo deben regresar a ella en educación, salud, servicios básicos y oportunidades de desarrollo. Cualquier otro destino está reñido con el mandato constitucional, por difícil que les resulte aceptarlo a quienes se han beneficiado de ellos.

Las obras públicas nunca deberían llevar el nombre de los encargados de turno, porque ninguna obra financiada con recursos del Estado pertenece más que al pueblo, cuyo esfuerzo está plasmado en ella. En gestos como esos también se refleja la calidad de un auténtico líder, aquel que no necesita bombos para escribir su nombre en la historia.

Publicado el 22 de septiembre de 2014 en www.prensalibre.com por Carolina Vásquez Araya
http://www.prensalibre.com/opinion/Claro_como_el_agua-Carolina_Vasquez_Araya_0_1216078577.html

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