Recuerdo aquella frasecita de campaña del general Kejll Laugerud, de que su gobierno daría riqueza a los que no tenían, sin quitarle a los que ya tenían. Y sus partidarios repetían como un mantra: “Repartir riqueza es repartir pobreza”. A Laugerud lo apoyaba el ultraderechista MLN. Guatemala tiene más pobres que en 1974, es decir, 40 años de deshumanización. Las políticas e ideologías antisolidarias no han producido más que un país invivible.
Hoy en día, el libertario guatemalteco (variante emelenista bastante patética del neoliberalismo) pregona un conservadurismo al que llaman ético, al que presentan como un aparente liberalismo económico. Aparente, pues el mercado atomizado y la competencia perfecta resulta una ilusión perversa en un país de oligopolios como el nuestro.
Lo que diferencia a estos libertarios de sus antecesores emelenistas, es la exigencia de “liberar” al Estado de sus funciones sociales e incluso de la de contribuir a la creación de empleo y asegurar la existencia mínima.
Ya los emelenistas habían suprimido la función redistributiva. Los libertarios otorgan ahora al Estado solo dos funciones: seguridad y justicia. Seguridad es la mano dur. Justicia es la cárcel o el módulo de la muerte.
La desfinanciación del Estado a través de evadir impuestos, cuando al mismo tiempo Guatemala tiene una de las tasas tributarias más bajas del mundo es inmoral y dañino; al extremo que se ha llegado a los límites de un Estado fallido.
Además, la ineficiencia y la corrupción estructural han sido históricamente dos males mayores del Estado nacional. Sumándole las décadas de contrainsurgencia, cuando los recursos se dedicaron a perseguir opositores o sospechas de serlo, destruir el tejido social y sus organizaciones y sembrar la cultura del miedo y la violencia.
Al fin de cuentas, se ha consolidado inhumanamente en Guatemala una ideología basada en el individualismo. No se cree más que en el bien propio y se desprecia lo público y la solidaridad.
Lo público es sinónimo de maldito. Lo privado es santo. Agreguemos un sentido elitista de la vida: la exclusión clasista y el racismo étnico. Y también una adoración exagerada del dinero. El vellocino de oro emerge más y más en la sociedad fallida.
Ante la desesperación creada por las condiciones de una sociedad dividida y asimétrica, se cree más y más en el autoritarismo. Tal vez sea comprensible, si se piensa que la democracia representativa no está generando la riqueza que se esperaba. Pero no es culpa de la democracia sino precisamente de la falta real de la misma a causa de falta de participación ciudadana.
Guatemala se deshumaniza a pasos agigantados. Urge fortalecer la democracia con la justicia social y el humanismo solidario.
Publicado el 10 de agosto de 2014 en www.s21.com.gt por Jaime Barrios Carrillo http://www.s21.com.gt/tragaluz/2014/08/10/guatemala-se-deshumaniza
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