La mentira como artimaña política

LOS PAÍSES CON AVANCE político tienen como característica el castigo otorgado por los electores a los políticos cuando estos mienten. La mentira en la acción política puede ser resultado de promesas posteriormente no cumplidas, y en este sentido es común, independientemente de la bandería partidista. Este es el caso de prácticamente la totalidad de casos de quienes en Guatemala se dedican a la actividad partidista. Las promesas mentirosas no sorprenden a nadie, y los votantes llegan a las urnas convencidos de haber escuchado

frases engañosas o falsas en algunos o la mayoría de discursos. Esta actitud es la base de la decepción popular, pero también del convencimiento de ser la mentira una más de las falsedades de quienes aspiran a un puesto.

EL SEGUNDO TIPO de mentira se refiere a las falsedades dichas o cometidas por los candidatos en referencia a ellos mismos. Hace algunos años estaba en El Salvador con Robert Buckman, un colega estadounidense experto en la cobertura de elecciones, cuando el candidato era Francisco Flores, quien ahora encara acusaciones similares a las de Alfonso Portillo. Al preguntarle Robert sobre sus estudios, afirmó ser graduado de la prestigiosa universidad de Harvard. Mi amigo corroboró las afirmaciones: resultaron ser falsedades. Comentamos el tema y su punto fue simple: a cualquiera le es imposible equivocarse en un tema como ese. Por tanto, era una mentira pronunciada en público por un aspirante a la Presidencia de una nación.

EN EL ÁMBITO NACIONAL, las mentiras pronunciadas por políticos al respecto de sus estudios y grados académicos, han sido numerosas. A ello contribuye la arraigada costumbre de llamar “licenciado” a cualquier persona a quien se desea halagar o adular, aunque también es común el término “ingeniero” aplicado a gente sin estudios universitarios completos o, simplemente, sin estudios de este tipo. El colmo ocurre cuando alguien sin ningún grado académico no solo se abstiene de aclarar no tenerlo, sino exige ser llamado así. Los títulos universitarios equivalen en nuestro medio a los niveles monárquicos o de cualquier nivel de la nobleza, mientras en otras a nadie se le ocurre utilizarlos, con la única excepción de los médicos.

ES IMPORTANTE SEÑALAR, además, otra verdad: los interrogatorios periodísticos acerca del nivel académico de políticos, sean candidatos o no, lejos de ser una forma de causar problemas, constituyen una obligación profesional de la Prensa. Y el empleo por los adversarios contra los mentirosos de tales declaraciones como una forma de criticarlos, no puede ser motivo de crítica. La mentira directa, sin atenuantes, en esas sociedades constituye un enorme desprestigio para quien la pronuncia e incluso tiene como resultado la obligada renuncia, la separación forzosa del cargo y el truncamiento de una carrera política. No ocurre muchas veces a causa de ser personas con una larga carrera en los viveros políticos de los partidos, los cuales, por su parte, están basados en ideologías y no en el simple oportunismo de unos cuantos improvisadores.

LA TENDENCIA A MENTIR mantenida por los políticos guatemaltecos, en su mayoría, comprueba su convencimiento de estar ajenos a la posibilidad de ser descubiertos. De hecho, no importa a cuál de los partidos pertenece el declarante. Tales mentiras no tienen caducidad: se mantienen allí para todo aquel deseoso de escucharlas o de verlas, sobre todo a causa de la actual tecnología. Es inaceptable también tratar de justificarlas como resultado de olvidos, descuidos o errores, porque se trata de afirmaciones acerca de ellos mismos, no de los planes para gobernar. Los electores de otros países no perdonan estas mentiras porque a su criterio, quien engaña y miente acerca de sí mismo, lo hará en el caso de llegar al puesto disputado comicialmente. Guatemala está muy lejana de ese desarrollo político. Lástima.

Publicado el 26 de marzo de 2014 en www.prensalibre.com por Mario Antonio Sandoval 
http://www.prensalibre.com/opinion/mentira_0_1108689152.html

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