Hambre de mujer

¿Recuerda cuando los partos naturales -a pujido puro- eran la norma? No importa lo exhausta que quedara la mujer, lo primero era poner al recién nacido a halar de su pezón para que, entre llantos y latidos acelerados, comenzara a salir el calostro. Con ese nutritivo elíxir, la naturaleza asegura que la vida que inicia no se quede sin combustible de buenas a primeras. Con esa capacidad biológica venimos equipadas todas las mamíferas, incluidas las humanas. La misma se convirtió, con el tiempo, en el argumento social para adscribir a las mujeres la responsabilidad

de asegurar la buena nutrición infantil, más allá del período de la lactancia. Esta concepción impregna también el actuar del Estado y se refleja, entre otras, en el enfoque “materno-infantil” preeminente en las políticas de salud, y en los programas específicos de lucha contra la desnutrición, que a la par de que instrumentan a la mujer en función de su progenie, eluden las dimensiones económicas del problema o las abordan de manera tangencial.

“Plan Hambre Cero” (PHC) encarna este enfoque, a pesar de que su marco conceptual descrito sí refiere a una comprensión más integral del problema: adecuada y suficiente producción de alimentos nutritivos; posibilidad de acceso físico, cultural y económico al mismo; disponibilidad oportuna y en las cantidades adecuadas para todas las personas; y un organismo sano para aprovechar los nutrientes.

No obstante, el diseño operativo del Plan pone énfasis en el último aspecto y solo para una parte de los sujetos desnutridos del país: la mujer-madre, el feto en gestación y niñez hasta los 5 años de edad. La mujer se beneficia mientras está embarazada. Su nutrición vale en función del bienestar del feto.

En contraste, los pocos indicadores que hay disponibles sobre las nutrición de las mujeres no embarazadas son brutales (ENSMI 2008): su talla promedio es igual de minúscula (148 cm); sus índices de anemia crónica son altos (21%), y más de un tercio enfrentan ya el otro polo del problema: la obesidad asociada a la pobreza.

Ser vistas por el Estado como ciudadanas sujetas de derecho al alimento es clave. PHC por lo menos debería considerar cinco tipos de medidas dirigidas a las mujeres a lo largo de todo su ciclo de vida: 1. El acceso al alimento dentro de los hogares es inequitativo. Primero el varón, luego los niños, de allí las niñas, y lo que sobra —si sobra— para ella. La bolsa de alimentos no soluciona esto. 2. El debido espaciamiento entre embarazos le daría tiempo al cuerpo a recuperarse de eventos tan intensos como la gestación y la lactancia. El componente ya existe en el Plan pero, ¿se está ejecutando efectivamente? 3. Preparar a los jóvenes de ambos sexos para el ejercicio responsable de su sexualidad y el retraso de la edad de procreación. ¿Está el Mineduc haciendo su tarea? 4. Proteger a las niñas, las jóvenes y las mujeres de la violencia sexual es esencial. 5. Velar e impulsar sus derechos económicos; ellas difícilmente dejarán una sola boca sin comer si cuentan con el ingreso suficiente para ello.

Finalmente, el riesgo de hambre es un asunto de seguridad nacional: si no hay pronto un cambio profundo en la matriz productiva, este riesgo solo se extenderá y abatir el flagelo de la desnutrición es una quimera. Sesán y los mercados tienen la enorme obligación de hacer coherentes las políticas económicas, agrícolas, pecuarias, agrarias, alimentarias, ambientales, comerciales y de empleo con PHC. En todas ellas las mujeres debemos tener voz, así como equidad de trato y de oportunidad.

Publicado el 05 de marzo de 2014 en www.prensalibre.com por Karin Slowing 
http://www.prensalibre.com/opinion/Hambre-mujer_0_1096090457.html

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