Rehenes del clientelismo

Se trata de una estructura solapada bajo la máscara de solidaridad.

El clientelismo es otra enfermedad social impostada por los oportunistas que gobiernan la última década, y que se entiende como un sistema de protección y amparo con que los poderosos de turno patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de sumisión y servicio. Lo están utilizando como un medio para hacer negocios y agenciarse nichos de votantes a través del poder que los comités locales manejan en aldeas y caseríos. Lo peor es que no les importa volver a los favorecidos, personas que no se esfuerzan por gestionar, denunciar y exigir, sino que como en los tiempos de los gobiernos militares, los están regresando a ser dependientes para que concluyan que es papá Gobierno el mesías que les hace llover maíz, frijol y arroz del cielo.

 Se trata de otra estrategia oscura, disfrazada aquí de blanca túnica, para hacerle creer a los más necesitados que son los políticos de turno quienes los está favoreciendo con regalarles dinero y artículos comestibles para subsanar su hambre y primarias necesidades. En ninguno de los discursos se escucha decir que es el dinero recaudado con préstamos e impuestos que otros guatemaltecos pagan, lo que se les entrega. Van con su cínica sonrisa de benefactores a entregarle un pequeño alivio a quienes ya se cansaron de estirar la mano clamando por la construcción de una sociedad más justa y equitativa.

 Se trata de una estructura solapada bajo la máscara de solidaridad, pero que en realidad permite, cada año más, convertir a las mayorías en huestes de limosneros, mientras les usurpan sus derechos de una más justa participación en programas de desarrollo que se encaminen a una economía democratizada, y no mantener al país en un sistema de corrupción y privilegios.

 La realidad de Ovidio Bautista es otra. El no va a recibir víveres, porque el presidente del Comité de Desarrollo de su aldea no lo quiso inscribir. Lo conozco desde hace varias décadas como un campesino honrado y trabajador, que construyó su casa por las remesas que le envían sus hijos, con sus sueldos de mojados. Desde adolescente ha trabajado la tierra con entusiasmo y tesón, como lo hicieron su abuelo y su padre. Cultiva frijol, maíz y ayotes, y cada mes de mayo se entusiasma al soñar que la cosecha será la mejor, y cada noviembre se decepciona porque, a pesar de su esfuerzo y su endeudamiento, se dio poco: las semillas y los abonos no rindieron, los vientos y las sequías se entrometieron, y las plagas, cada año más fortalecidas, se la comieron tierna, antes que él. Crédulo, como el más santo. Y su fe en el futuro no desmaya, cree en todos los panoramas que le pintan los merolicos del siglo XXI.

 El desfile lo inician los políticos y lo terminan comerciantes y vendedores doctos en explotar ignorancias ajenas, pero aparte de eso, el golpe del desencanto y la desesperanza vienen porque hoy el quintal de frijol y de maíz, los acaparadores lo están pagando a Q200 el quintal uno y a Q90, el otro, y se meten hasta los últimos rincones a imponer su precio de hambre, mientras en la capital los precios de esos mismos productos hasta se duplican o triplican. Como si esa explotación no fuera suficiente, ya se entregó el privilegio de su importación a monopolios influyentes a quienes nos les importa estarle quitando a un campesino esquilmado, hasta los huesos, la oportunidad de que suba el precio de su producto unos cuantos quetzales, porque todos los insumos se encarecieron. De que esto suceda parece no tener conciencia cualquier ministro de turno, prefieren lavarse la conciencia bajo la práctica del clientelismo oportuno, retrógrado y corrupto.

 

Publicado el 06 de diciembre de 2013 en www.elperiodico.com.gt por Silvia Tejeda
http://www.elperiodico.com.gt/es/20131206/opinion/239199/

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