Cuando se conocen los resultados de la encuesta realizada por Transparencia Internacional acerca de esa lacra llamada corrupción, resulta conveniente y necesario meditar acerca de las causas de este fenómeno, que si bien se presenta en todos los países del mundo, en el área centroamericana ha alcanzado niveles preocupantes y, sobre todo, muy bochornosos e inmorales.
La corrupción es el resultado de la certeza que tienen las personas en referencia a la impunidad con la cual de hecho se premian las acciones indebidas, ilegales o una mezcla de ambas características. Esa falta de castigo es uno de los alicientes más efectivos para que el ejercicio de la administración pública no solo sea visto como la oportunidad, muchas veces única, del enriquecimiento rápido, sino sea percibida por la ciudadanía como parte intrínseca del trabajo en las instituciones directa o indirectamente relacionadas con el Gobierno nacional, municipal o de cualquier otro tipo.
Es imposible que la corrupción ocurra sin la participación de personas no relacionadas con el Gobierno, que ven en el pago bajo la mesa a los funcionarios, la única forma de poder cumplir con requisitos engorrosos. Por eso no solamente se debe hablar de una administración pública corrupta, sino de una sociedad con esa misma característica. Todo se vuelve un torbellino, porque las pocas personas que se resisten a ser corruptas, caen en el oscuro laberinto de las acciones burocráticas de todo tipo.
Pero la corrupción también puede ser el resultado de la complicidad entre funcionarios y familiares, amigos o miembros de los partidos políticos, para la elevación de precios de bienes y servicios, la contratación de empresas de papel o de reciente formación, sin experiencia ni capacidad para cumplir con los contratos. En ese desolador panorama, el funcionario público o la persona que no se involucra en las diversas manifestaciones de la corrupción es visto como ingenuo o tonto.
Cuando se analiza el tema desde ese punto de vista, es fácil comprender por qué es tan elevada y sigue creciendo la creencia popular de la corrupción. Peor aún: no hay castigo, no hay vendetta pública, y los corruptos pasean a sus anchas ante una sociedad cuyos miembros no tienen la entereza de hacer señalamientos contra aquellas personas cuyo enriquecimiento súbito o malgasto de dinero solo pueden explicarse cuando se agrega el factor de que hay dinero debajo de la mesa.
Otro de los efectos negativos de tal percepción lo constituye la pasividad con la que los sectores sociales reaccionan al enterarse de, por ejemplo, robo o sobreprecio de medicinas, construcciones que ponen en peligro la vida humana, y otros temas en los que al robo, que debería ser castigado como indica la ley, se agrega el factor ético. Este no debe ser considerado como una moralina, sino como una manera de actuar por convencimiento, más que por temor a castigos legales. La percepción de corrupción en Guatemala es real, y quienes la midieron son instituciones internacionales serias, por ello muy difíciles de descalificar.
Publicado el 05 de diciembre de 2013 en www.prensalibre.com por Editorial
http://www.prensalibre.com/opinion/Origenes-bases-corrupcion_0_1042095806.html
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