¿Le sorprende la corrupción?

No debería. Es un mal que venimos cultivando desde hace varios lustros y hemos sido muy eficientes y efectivos en trasladarlo de generación en generación, invadiendo desde la esfera personal -de donde se origina- hasta la esfera de los poderes del Estado -Ejecutivo, Legislativo y Judicial-, pasando por todas las formas de organización intermedia de la sociedad, incluyendo la familia. Hoy, las violaciones sexuales de adultos, niñas y jóvenes, así como el abuso en los hogares, las empresas y el estado de cientos de miles de niños y niñas que con la forma de vida que tienen y que nuestra sociedad —sí, mi estimado amigo y lector, nosotros— propicia, violentamos por acción u omisión conciencias, almas y cuerpos que acrecientan así la pérdida de valor del ser humano en su más elemental expresión. Todo se vale por el hedonismo, el narcisismo y el materialismo deshumanizado a ultranza que sin escrúpulos de ninguna naturaleza seguimos impulsando.

No, no debería sorprendernos, puesto que la corrupción es un mal cultivado por nosotros, sembrado por nosotros en las futuras generaciones y promovido por nosotros en kínder, escuelas, colegios y universidades, pasando por iglesias y templos dedicados como el Congreso de la República, los ministerios de Estado y las cortes de Justicia. ¿Por qué sorprendernos?

Afortunadamente, es ahora cuando voces contemporáneas y lúcidas, de líderes relevantes y no de papel o mediáticos, se levantan. Hablo del papa Francisco, quien se atreve a levantar la voz y advertirnos:

“El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de Dios para nosotros, esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado”.

Sin quedarse allí, el papa Francisco nos recuerda una invitación especial en esta época de celebración del nacimiento del niño Jesús, a quien miles decimos querer seguir e imitar. Dice el Papa:

“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor.

Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Este es el momento para decirle a Jesucristo: “Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores”.

No nos sorprendamos de la corrupción imperante, antes bien, busquemos el camino para salir de ella y hacer un corte de tajo para cambiar de verdad y renovar nuestra vieja forma de pensar y vivir. Piénselo y actúe.

Publicado el 05 de diciembre de 2013 en www.prensalibre.com por Juan Callejas Vargas

http://www.prensalibre.com/opinion/sorprende-corrupcion_0_1042095799.html

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