Ayer se conmemoró el Día de la No Violencia contra la Mujer y, con admirable tenacidad, una vez más se organizaron marchas y se trabajaron propuestas que buscan poner fin a esta ofensiva “incultura” de creciente irrespeto, abuso y agresión hacia las mujeres. En Guatemala, el femicidio crece de manera imparable a pesar de los compromisos internos e internacionales que tiene el Estado en su obligación de proteger la vida, la integridad y la seguridad de los/las ciudadanos.
La batalla de las mujeres para gozar de un respeto integral a su condición de seres humanos sin discriminación es compleja, ya que su propia condición de madre y su consecuente responsabilidad familiar le pone límites a los tiempos y espacios que tiene para desarrollar su potencial productivo independiente. Ese potencial tan importante para el respeto a la dignidad humana se manifiesta en dos vías: en el sentido de no depender del trabajo de otro para la propia subsistencia, y en la oportunidad de realizarse como persona, única en sus expectativas y en su capacidad (intelectual, profesional, etcétera).
Si bien los primeros años de los hijos demandan una atención esmerada y determinante para su formación, también esa época es la más propicia para sentar las bases del desenvolvimiento de la mujer y madre. Por eso, es importante la responsabilidad consciente de la pareja (el varón) respecto al costo que representa esa atención a la descendencia común.
Sin embargo, en términos generales en Guatemala todavía prevalece la idea que es el varón quien debe ir a la escuela, seguir estudios superiores y ganar el sustento diario, costumbre que lamentablemente no se asume con nobleza y respeto y sin rabia de hacerse cargo del sostenimiento de la familia. La consecuencia es otra. Llevar el dinero les da poder y conduce al dominio, la imposición y la actitud del amo cuyas decisiones y caprichos se acatan y no se discuten.
De allí que con los años, la mujer es un apéndice del hombre y si pretende buscar un espacio de desempeño propio, se le resiente y generalmente se le agrede, ya sea psicológica o físicamente. De allí que la Ley contra el Femicidio tenga mucho sentido aunque conlleve a extremar la acción de la justicia.
En ese marco, la mentalidad primitiva gana terreno ante la certeza de que el uso de la “fuerza bruta” les permite ejercer control sobre su vida y la de quienes le rodean. Y en ese orden, la vulnerabilidad de la mujer acentúa el instinto misógino que sustenta tanta violencia.
Reitero lo dicho en un artículo sobre el tema, publicado en 2009.
Usted abusador, piense. La agresión física a su pareja no solo es un delito que le marca a usted como un criminal, sino su pésimo ejemplo está dañando de por vida a sus hijos varones que tenderán a repetir el patrón de violencia, y en sus hijas mujeres a convertirse en víctimas en el futuro. Piense también, usted abusador, que podría haber nacido mujer y haber sido objeto del maltrato y la agresión tan común hoy en el mundo.
Y usted, potencial víctima, ante la vulnerabilidad e indefensión en que se encuentra y ante las limitaciones de la justicia, le queda un último recurso: Abandone al agresor y defiéndase con lo que pueda. No se convierta en una víctima más con todo el daño que se multiplica para su familia. Recuerde que la ley contempla la legítima defensa ante la amenaza a la vida, y su primera obligación es resguardarse. Odio la muerte violenta, pero si una mujer se enfrenta a un riesgo inminente debe defenderse por el medio más idóneo. La propia ley autoriza la legítima defensa (Artículo 24 C.P.) No más víctimas, no más impunidad, no más sumisión.
Publicado el 26 de noviembre de 2013 en www.elperiodico.com.gt por Marta Altolaguirre http://elperiodico.com.gt/es/20131126/opinion/238589/
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