Ramón Parellada
Por más que el Ministro de Finanzas quiera asustarnos con la urgencia de aprobar la deuda o de lo contrario no podrá financiarse el presupuesto del 2013, considero que no debe aprobarse más deuda en Guatemala y que el no aprobarla es una buena señal para que las cosas mejoren.
Daniel Lacalle, economista español y gestor de fondos de inversión en Londres, escribió un libro fabuloso titulado Nosotros los Mercados. El libro está hecho para que lo entienda cualquier persona que no sea experta en temas financieros. Lo recomiendo. Tiene un capítulo para el mercado de la deuda en la que destaca algunas cosas muy importantes que a veces se nos pasa por alto.
Comenta que una de las personas de quien aprendió todo lo que sabe sobre la deuda le decía: “Eso de que la deuda de un país no tiene riesgo es una imbecilidad, es la que más riesgo tiene porque se paga con impuestos, recortes y menos crecimiento”.
Explica luego que la gente cree que las razones de la deuda basada en el Producto Interno Bruto “son irrelevantes para analizar la solvencia de un país porque el PIB es una magnitud muy manipulada”. ¿Por qué? Pues basta con ver lo que pasó en España. Con la crisis, el PIB cayó en el 2012 un 5% pero los ingresos, la producción industrial, el consumo, la capacidad de ahorro, el acceso al crédito, etc., cayeron más del doble. Algo no cuadra, ¿verdad?
Más importante es la diferencia entre ingresos y gastos. El presupuesto del 2013 se aprobó desbalanceado, con una sobreestimación de los ingresos fiscales y una expansión del gasto público sin precedentes. Para el 2014 se presupuestó algo similar. El problema lo entendemos cuando analizamos lo que le pasaría a una familia que de pronto uno de los conyugues deja de trabajar viendo así reducidos sus ingresos pero a la vez su gasto se incrementa. Es imposible sostener una situación así; ya que las tarjetas de crédito topan, algunos bienes que se compraron al crédito comienzan a peligrar por falta de pago de cuotas, la casa hipotecada peligra también por atraso en el pago de la mensualidad, y así la familia se ve obligada a apretarse el cinturón.
La deuda pública excesiva es riesgosa y peligrosa. Ya vemos cómo crece cada año la porción del presupuesto que debe dedicarse a pagar el capital de préstamos anteriores y los intereses de cada año dejando menos disponibilidad para las cosas prioritarias del Gobierno, como lo son la seguridad y la justicia. Vemos una presión de los ministros de Finanzas por incrementar la recaudación de impuestos sin tomar en cuenta el daño que causa a la actividad económica. Vemos también presupuestos sobreestimados que deben recortarse a medio camino para que las cuentas cuadren y evitar terminar el año con un enorme déficit. Vemos, además, que con cada cambio de gobierno la deuda flotante crece.
Se nos dice que Guatemala no es lo mismo que Grecia, que tenemos más capacidad de endeudarnos, pero no es del todo cierto, Guatemala está comprometiendo cada día más su presupuesto, se está quedando insolvente y la deuda solo empeora el problema. Es como tratar de curar a un alcohólico con más alcohol; es echarle gasolina al fuego. Sin embargo, es popular gastar más y el Gobierno lo justifica todo el tiempo.
Pagar los gastos ordinarios, los del día a día con más deuda tiene consecuencias serias para las futuras generaciones. Estamos endeudando a nuestros hijos que tendrán que pagar toda esa deuda más los intereses, además de sufrir las embestidas de los gobiernos cada vez que justifiquen metiéndonos miedo la supuesta necesidad de incrementar impuestos a pesar del enorme daño que causa a la economía.
Artículo publicado en el diario guatemalteco Siglo 21, el día lunes 17 de octubre 2013.
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