Estados narcotizados

Trastorna el ascensor social y pulveriza instituciones.

En política siempre hay decisiones de consecuencias imprevisibles. Hace 30 años, la Agencia Central de Inteligencia, obsesionada con el triunfo sobre el “comunismo” en Centroamérica, decidió que sus operaciones encubiertas podían ser financiadas con el tráfico de drogas, tal como quedó documentado en las sesiones del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes.

Los volúmenes de cocaína que se traficaban entonces, a través del Istmo, no se comparan con los actuales. La región era una zona marginal e inestable, por eso los carteles colombianos que dominaban el mercado, preferían la ruta de las islas del Caribe. Las cosas comenzaron a cambiar en la década de 1990, cuando el paso por el Caribe hacia el sur de Florida se complicó por los férreos controles de seguridad, y Centroamérica entró en la fase de pacificación política, desmovilización de grupos irregulares y de fuerzas oficiales, con gran disponibilidad de armas.

El control del mercado de la droga por parte de los carteles mexicanos, a partir del nuevo siglo, acentuó la tendencia. La cadena del valor del trasiego se contrajo en Colombia y se amplió en Centroamérica y México. Quiere decir que hubo mayor disponibilidad de dinero proveniente del narcotráfico. La proporción se duplicó del 20 al 40 por ciento en los últimos años. Si bien la mayor ganancia de la venta de cocaína se sigue obteniendo en el menudeo, en las calles de las grandes ciudades estadounidenses, los volúmenes del trasiego incrementados en una región con economías estancadas, pobreza extendida y elevado desempleo de jóvenes, ha tenido un efecto demoledor.

Es una liquidez desorbitada que trastorna el ascensor social y pulveriza las instituciones. Genera una demanda artificial, suntuaria e insostenible, que profundiza la desigualdad y la descomposición del tejido social. Al cabo serán unos pocos circuitos comerciales estables y formales los que se beneficiarán del boom del narco. Pero entre tanto, el riesgo mayor es la alteración de reglas legales y códigos morales que ha impuesto el narco y su cultura de dinero automático y a borbotones, que es por donde se está desbocando el Estado. Esa cultura del soborno, la violencia como moneda de uso corriente y el terror ejemplificante derrumba las endebles torres de la legalidad. Vivimos los tiempos del crimen organizado, cuyos ramales crecen con la misma fuerza con que asfixian las normas de convivencia civilizada. Oxigenarlas será trabajoso.

Publicado el 07 de octubre de 2013 en www.elperiodico.com.gt por Edgar Gutiérrez 
http://www.elperiodico.com.gt/es/20131007/opinion/235703/

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