Orgullo nacional

En la Ciudad se encuentra una de las banderas más grandes de América Latina. El costo de la bandera, de 36x 26 mts, sostenida al asta más alta de Centroamérica (58 m), que ondea en la base militar Mariscal Zavala, fue de Q263 mil. Con ese dinero se podría alimentar por un año a 36 familias de cinco integrantes. En un país donde uno de cada dos niños sufren desnutrición crónica (siete de cada 10 sí son indígenas), por mucho que me digan que hay otras prioridades como fomentar el nacionalismo o que se necesita enseñar a pescar antes que dar pescado, 

yo sigo pensando que es mejor dar pescado al niño/a que hoy no pudo comer en lugar de mandar a hacer banderas. No creo que el “nacionalismo” sea más importante que una vida humana. En un país que necesita referentes simbólicos, como me indicó un colega columnista, la bandera podría ser una eficiente forma de fomentar la urgida necesidad de pensar en Guatemala. Talvez sí, siempre y cuando la bandera nos recuerde más que el vacío “nacionalismo”, los retos que tenemos por delante a resolver para levantar el orgullo nacional.

Aún no me queda muy claro cómo la bandera transformará a quien la vea para que aporte en la resolución de los problemas estructurales del país o cambie su comportamiento en función del bien común y del desarrollo humano, ecológico y social del país. Talvez se sienta bonito ver la bandera cada mañana, pero no existe evidencia que correlacione el tamaño de una bandera de un país y la disminución en sus índices de desnutrición, de analfabetismo, de pobreza o de violencia, que creo son algunos de los problemas que nos indignan.

A Guatemala la amamos muchos/as. Con bandera o sin ella. La amamos aún viviendo en la diáspora. El amor al país lo llevamos muchos-as enraizado aunque no cantemos el himno a diario, no juremos a la bandera o nunca hayamos visto un quetzal vivo. Los símbolos patrios son bellos y reflejan identidad, pero no implican entendimiento de la realidad nacional ni constituyen en Guatemala un catalizador que procure acciones para resolver los problemas estructurales. En nombre de “Dios, de la Patria y de la Libertad” se han cometido aberrantes masacres. El general que daba discursos nacionalistas y moralistas dominicales con mensajes cargados de simbolismos ha sido juzgado por genocidio. Los líderes del partido “Patriota”, que cantan el himno con vehemencia y el puño cerrado cerca del corazón, evidencian corrupción e incapacidad de cumplir sus promesas de campaña. La institución que supuestamente defiende la soberanía nacional y que aloja a la enorme bandera no pudo evitar el vergonzoso robo de armamento en sus propias narices.

La moral nacional se muestra al arriesgarse a hablar por quienes no tienen voz, de defender los derechos de quienes son excluidos/as o expresarse donde el miedo a la descalificación y la recriminación acecha como consecuencia de la ignorancia o la cobardía. El amor nacional nace al superar la negación y aceptar que el país tiene problemas, y que para ser resueltos deben identificarse y aprehenderse por cada ciudadano/a. El orgullo de los chapines debería reflejarse en lo que logramos como sociedad, en cómo erradicamos los vergonzosos índices de subdesarrollo que acarreamos, no por el tamaño de una bandera.

Publicado el 27 de septiembre de 2013 en www.prensalibre.com por SAMUEL PÉREZ-ATTIAS
http://www.prensalibre.com/opinion/Orgullo-nacional_0_1000699934.html

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