Los populistas no ejercen la autoridad para el bien común.
La ausencia de vocación democrática por parte de la clase política, así como los precarios e insatisfactorios resultados en materia económica y social, están haciendo que los procesos democratizadores latinoamericanos, uno tras otro, se extravíen y distorsionen.
Quienes creyeron que la democracia se reducía a proveer elecciones periódicas y que podía posponerse indefinidamente la construcción y el fortalecimiento de instituciones que impusieran límites al ejercicio del poder político, que garantizaran un sistema de control de juridicidad que hiciera realidad la automática pérdida de autoridad cuando dichos límites fueran rebasados, y que proveyeran estabilidad y certeza en el largo plazo, hoy observan impotentes y horrorizados el surgimiento de regímenes de corte “populista autoritario”, elegidos por votación popular, con poderes absolutos, apuntalados por la demagogia, el oportunismo, la falta de escrúpulos, la confrontación y la exacerbación de los ánimos.
Los regímenes populistas, invariablemente, buscan adaptar el orden jurídico vigente a sus intereses y, con ello, perpetuarse y gobernar a su sabor y antojo, sin sujeción a control alguno. En otras palabras, su objetivo es imponer un gobierno autoritario y arbitrario, pero con apariencia de democrático, por el solo hecho de haber sido electos. No importa, entonces, a quién se elija, ya que el electo, confirmando aquello de que el poder absoluto corrompe absolutamente, se dedica a abusar del ejercicio del poder político, a gobernar con despotismo e intolerancia, a imponer su voluntad todopoderosa, a ejecutar políticas de terror de Estado contra sus enemigos, a emitir disposiciones injustas y discriminatorias, así como a enriquecerse ilícita e ilimitadamente.
Los populistas no ejercen la autoridad en función del bien común o de mejorar la situación de los incautos que creyeron en ellos, sino para su beneficio personal. Malversan, despilfarran y se apropian de los caudales públicos, abusan de la autoridad, reprimen a los opositores y disidentes, y despotrican contra la prensa independiente que denuncia sus desatinos, despropósitos y actos de corrupción. Luego, la herencia del populismo siempre es la devastación de las economías, la quiebra del Estado, la frustración y la rabia generalizada.
En conclusión, mientras no apostemos a instaurar una genuina y eficaz democracia republicana y, por el contrario, nos conformemos con una “democracia de fachada”, de “baja intensidad” o “electorera”, no superaremos la incesante ingobernabilidad que nos aqueja y no saldremos del círculo vicioso de la pobreza, de la falta de oportunidades, de la inseguridad y de la ignorancia.
Publicado el 24 de Septiembre 2013 en www.elperiodico.com por MARIO FUENTES DESTARAC http://www.elperiodico.com.gt/es/20130923/opinion/234922/
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