Cambiar de telenovela

Corrupción, violencia, miseria.

Para los observadores extranjeros y analistas, la vida pública del país es entretenida. Cada día ocurren hechos sorprendentes y hasta insólitos. Esta parece una sociedad dinámica, sea porque está en plena construcción o en acelerada descomposición. Hace varios años un diplomático se apasionó tanto por la política conspirativa de Guatemala, que sufría al salir del país aun por breves temporadas, como quien se pierde los capítulos de una intrigante telenovela.

La vorágine cotidiana de la vida pública, sin embargo, puede ser engañosa. Los episodios rara vez se resuelven y las tramas que hoy alucinan al público, desaparecen mañana y se olvidan al poco tiempo porque otro escándalo acapara la atención, al menos por unos días. Pero de vez en cuando los índices internacionales y mediciones técnicas sobre el desarrollo nos ubican en el radar y nos angustiamos.

Retrocedemos en transparencia y competitividad, lo cual es síntoma de precariedad institucional. Seguimos en el sótano de los indicadores sociales básicos, incluyendo nutrición infantil. Pero estamos en la parte alta del edificio latinoamericano donde se concentran las mega-fortunas: el puesto diez, los primeros en Centroamérica, por encima de Panamá, el primo rico del vecindario (elPeriódico, 17/09/13). Hay quienes se incomodan cuando salen a relucir esos contrastes y ven con furia sospechosa a los que los introducen en el análisis. Pero hay que admitir que son datos relevantes de la realidad con un alto poder explicativo de nuestro inmovilismo estructural, aunque la telenovela sea cada día más entretenida.

La meta de una sociedad es crear riqueza para ganar bienestar. El dinero no lo mide todo, pero da una plataforma de tranquilidad. Las economías son prósperas porque estimularon la creación de riqueza, incluyendo consorcios gigantes con vocación de oligopolios. Ahora bien, tuvieron la racionalidad de someterlos a una férrea disciplina tributaria y laboral que drenó riqueza estable y a la vez irrigó otras zonas de crecimiento multiplicando el número de ricos y fortaleciendo las clases medias. Se dice fácil, pero les costó guerras y revoluciones, hasta que lograron un cierto pacto de civilización, porque se impuso la necesidad de coexistir con sus diferencias.

¿Qué necesitamos nosotros para irrigar el campo de la economía y multiplicar la riqueza? No mucho. Apenas mover unos ciertos mecanismos. Es como hacer una ingeniería de riego por donde circule el dinero para fecundar el trabajo, y tapar unas cañerías por donde se fuga demasiado dinero que al final del día no genera ninguna riqueza, pero socava el suelo. El día en que cooperativistas e indígenas, entre otros, entren a discutir esos asuntos a la Junta Monetaria y al Congreso tendremos que cambiar la entretenida telenovela de corrupción, violencia y miseria. El costo, claro está, sería volvernos un país aburrido.

Publicado el 19 de Septiembre 2013 en www.elperiodico.com.gt por Edgar Gutiérrez
http://www.elperiodico.com.gt/es/20130919/opinion/234704/

 

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