Historias de terror

Ha sido la técnica estelar del cine de terror desde hace décadas. La víctima, refugiada en la seguridad de su casa sin saber que el enemigo la espera detrás de la siguiente puerta. Sombras, efectos de sonido y actores de primera línea recrean con éxito uno de los ambientes más siniestros posible. Pero la realidad es mucho más cruda que el cine. Y cuando la víctima es una niña indefensa de apenas 4 o 5 años y el victimario, su padre, entonces ningún argumento cinematográfico es capaz de emular el horror y la impotencia.
 

Durante los últimos meses han desfilado los relatos de niñas violadas de manera reiterada por quienes deberían ser sinónimo de seguridad, confianza y protección. Padres, tíos, hermanos o maestros han sido señalados de crímenes tan sádicos e incomprensibles como la violación sexual en niñas y niños que aun viven sus primeras etapas de desarrollo.

La sociedad no solo ha callado, sino ha ido mucho más allá, protegiendo a los agresores y dudando de las denuncias de quienes no tienen ni la edad ni la experiencia para inventar historias tan pavorosas. Siempre me he preguntado cuál ha sido la razón para que la niñez sea relegada y puesta en riesgo por adultos irresponsables cuyo poder de decisión marca para siempre la vida de otro ser humano inocente. Pero no la encuentro. La situación de dependencia de niñas y niños continuará representando un riesgo mientras no se fortalezcan las instituciones del Estado supuestas a protegerlos.

El caso de Gia, la niña quetzalteca aparentemente asesinada por su padre, es uno de esos relatos que parecen sacados de la literatura negra. Sometida a esclavitud sexual desde muy pequeña, Gia parece estar logrando la justicia póstuma gracias a los espeluznantes dibujos de un diario en donde dejó constancia de su tragedia. Las denuncias contra este individuo señalan que también abusaba —de cuatro a cinco veces por semana— de sus hijos de 3 y 5 años de edad. Cuando esto sucedía Gia tenía apenas 2 años y era forzada por su padre a participar con su hermano de 5 en escenas pornográficas, so pena de fuertes castigos.

Muchos son los casos que se acumulan en los despachos del Ministerio Público, cada uno más terrible que el anterior. Y aunque parecen extraídos de un prontuario excepcionalmente perverso, la recurrencia indica que es un mal enquistado en todos los niveles de esta sociedad, entre cuyos problemas más extremos no está la inseguridad, sino el silencio.

Es imperativo buscar y encontrar las razones de este pacto siniestro para buscar la salida a una de las patologías sociales más extendidas, como es el abuso sexual contra niñas y niños indefensos, en su propio hogar. En innumerables casos la madre de estos infantes se ha alineado junto al agresor para descalificar las denuncias y también suele suceder que por falta de pruebas contundentes, estos menores regresan a un hogar en donde seguirán siendo objeto de crueles tratos.

A la par y muy relacionado, están el maltrato contra la mujer y el femicidio. Por ello, sorprenderse de la agresividad de quienes nos rodean es absurdo en tanto no se profundice en las raíces psicológicas de los traumas, los cuales parecen ser una herencia transmitida de generación en generación.

Publicado el 16 de Septiembre 2013 en www.prensalibre.com por CAROLINA VÁSQUEZ ARAYA
http://www.prensalibre.com.gt/opinion/Historias-terror_0_992900758.html

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