Los funcionarios de las entidades financieras internacionales son verdaderos y admirables encantadores de serpientes. Se ponen la túnica y el turbante y sacan la flauta; y empieza la función. Hipnotizan a los funcionarios de los países diciéndoles que pueden contratar aún más deuda pública, y les aseguran que los recursos están disponibles. Esto suena a música celestial a los oídos de quienes, desde los gobiernos, quieren impulsar proyectos diversos y obra pública, a sabiendas de que no hay obra sin sobre. Así, el encanto y el hipnotismo se perfeccionan.
Pero hagamos un poco de historia. En años convulsos para la economía mundial, Paul A. Volcker presidiendo la Reserva Federal norteamericana aumentó severamente los intereses para contener la inflación. Esto arrastró al alza a las tasas de intereses internacionales. Y así de golpe y porrazo el monto a pagar en concepto de intereses se incrementó. El aumento de la tasa de interés en los EE. UU. provocó una fuga de capitales, cuyos dueños buscaban mejores rendimientos para su dinero. Las monedas se devaluaron, y cada vez se necesitaban más fondos locales a fin de comprar dólares para el pago de la deuda. Para colmo de las materias primas. A la del ochenta se le conoce como “La década perdida”.
Poco o nada se ha hablado hoy de la sostenibilidad de la deuda pública. Sin embargo, un severo traspié económico internacional derivado del agravamiento del maligno combo formado por la recesión de Europa, el débil crecimiento de la economía norteamericana, la disminución del crecimiento chino y la burbuja inmobiliaria en ese país, cuya explosión, por lo demás, sería catastrófica, traería a nuestro país baja de las exportaciones, aumento del desempleo, menor tributación, posible reducción de remesas, quizá devaluación monetaria, entre otros puntos negativos. No hay otro blindaje posible para nuestra economía que la prudencia, pues el futuro es impredecible aún para los encantadores de serpientes.
En la actualidad, la deuda pública excede del 200 por ciento de los ingresos tributarios. Y una crisis económica internacional agravaría severamente la correlación, y nos veríamos en trapos de cucaracha. Pero si a la deuda oficial del 24.4 por ciento, sumamos la deuda del Gobierno al Banguat y al IGSS llegamos a un 35 por ciento, a lo que habría que sumar todavía la emisión de bonos que el Gobierno quiere aprobar a troche y moche. El diagnóstico no es otro que el de pronóstico reservado. Por ello, cuidado con los encantadores de serpientes que tarde o temprano (con o sin aprobación de bonos) volverán a sacar la flauta hipnotizante. Entendamos que se acabó el jolgorio del endeudamiento. La goma o cruda es el pago que ahora tenemos que hacer de lo que festivamente gastamos por ser un “dinero fácil”, que muchas veces tristemente hicimos chinche.
Publicado el 16 de Agosto en elperiodico.com.gt por Gonzalo Asturias Montenegro http://elperiodico.com.gt/es/20130816/opinion/232854/
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