El colapso es real, vidas humanas se pierden todos los días.
Mientras las entretenciones abundan y amenazan con perder el norte de los dilemas que nos consumen; los enredos, falsas promesas y las ansias de continuar con los negocios oscuros postergan entrar a fondo con los grandes pendientes. Cito el drama de la salud pública, que ha sobrepasado con creces que se le denomine simplemente crisis o colapso. La salud, o mejor dicho, su ausencia total, expresa la condensación de los principales males de un Estado corrupto, infuncional, cooptado por donde se le quiera ver, y por tanto, absolutamente ineficiente, con una administración completamente penetrada para fines aviesos.
A pesar de lo profundo del derrumbe de la salud pública, aún no inquieta lo suficiente para movilizar a las diversas expresiones sociales, que aún no terminan de advertir de lo que se trata el actual capítulo de vergüenza nacional. Caemos en la tentación de ver solo las consecuencias, que aunque importantes, solo generan pulsos artificiales alrededor de datos sin fundamento, discursos defensivos contrarios a la podrida realidad y la obcecación de mantener en los puestos a funcionarios que no tienen remota idea de cómo enfrentar lo evidente, para al menos paliar el panorama desolador.
Con dos dedos de frente no se vale utilizar el argumento que las carencias son de arrastre. A las autoridades del momento les toca asumir, no caben las excusas. Tampoco tiene cabida el repetitivo discurso de la falta de recursos. Seguramente no los hay para todo lo necesario, pero el nivel de erosión es aumentado cuando los recursos existentes se ejecutan a la libre, sin plan de prioridades, pagando deudas que nadie sabe con certeza si son válidas o no. Se corre el riesgo de ejecutar a tientas, de lo cual se valen las redes criminales que siguen libres y campantes, protegidas por los incautos y nuevos beneficiados de los negocios. Un primer catálogo de temas reales a encarar, son los siguientes: 1) recuperar el abastecimiento y cobertura de vacunas, 2) retomar el Programa de Extensión de Cobertura para atender el primer nivel de atención; 3) recuperar, gradualmente, el control de la red hospitalaria nacional, pero con carácter sostenible. Eso pasa por un programa de abastecimiento estratégico de medicinas e insumos básicos, así como recurso humano en áreas sustantivas (médicos especialistas y enfermería); 4) retomar las clínicas de atención de víctimas de violencia sexual, 5) poner en marcha un plan emergente de recuperación de infraestructura. En resumen, lo básico para estabilizar el sistema.
Los distintos gobiernos, incluido el actual, no han tomado las medidas adecuadas para frenar el predecible colapso del sistema. No hay cabida para acciones remediales. Admitir como suficientes acciones como las donaciones y las falsas esperanzas, implica postergar las rutas viables y ceder a la lógica de la negligencia. El colapso es real, vidas humanas se pierden todos los días; los que sobrevivan no tienen esperanzas reales de desarrollo físico ni mental. La exclusión, como modelo, sigue en ascenso. Ahora vemos con claridad los efectos de la corrupción, la defraudación fiscal, las malas decisiones electorales, entre otros horrores.
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