Sanemos nuestra dignidad

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A inicios de este mes participé en el congreso “Dignidad y Bienestar en las organizaciones: Hacia la construcción de una gestión humanista”, organizado por el Centro de Estudios sobre Bienestar de la Universidad de Monterrey, en México. Tuve la oportunidad de escuchar a la Dra. Donna Hicks, autoridad mundial en el tema de la dignidad humana y resolución de conflictos.

Mientras escuchaba a la Dra. Hicks hablar sobre las agresiones a la dignidad humana, pensaba que me estaba hablando de la situación de nuestro país. Guatemala vivió 36 años de conflicto armado y ciertamente se dieron agresiones a la dignidad humana de muchos connacionales, por todos los involucrados, cada quien en distinta medida y en distinto grado. Fue una especie de manto oscuro detrás del cual se dieron desde ejecuciones masivas, hasta secuestros para financiar esta causa. Concluí que, a pesar de la firma de la paz, las heridas de nuestra dignidad siguen abiertas. La dignidad viene del adjetivo latino que se traduce por “valioso”. Se refiere al valor inherente del ser humano como ente racional, libre y dotado de poder creador. Todos tenemos dignidad, pues nacemos con ella, sin embargo, nuestra dignidad es frágil y puede ser violentada por otros.

Los expertos en las ciencias del funcionamiento del cerebro han descubierto que cuando la dignidad de una persona es violada, el cerebro lo interpreta como una agresión física. Por tanto el dolor que esta persona registra ante ese daño “psicológico” es el mismo que siente cuando recibe un golpe físico. Cualquier víctima de este tipo de agresión, puede convertirse en agresor porque a nadie le gusta que lo traten mal. Los expertos han identificado una serie de patrones y comportamientos, muchas veces subconscientes, que se producen como consecuencia natural de este tipo de agresión. La Dra. Hicks los califica como tentaciones las cuales, lejos de honrar nuestra propia dignidad, nos meten en el círculo vicioso de violentar la dignidad de nuestro agresor. Algunas de estas tentaciones son: (i) dejar que el mal comportamiento de otros defina el propio, por lo que se justifica falsamente el daño que se hace cuando alguien más nos ha dañado antes; (ii) minimizar la responsabilidad del daño cometido, esto conlleva no admitir el daño que se hizo; (iii) evadir la confrontación; y (iv) desviar la culpa. Estos patrones me parecen inmediatamente reconocibles en nuestra sociedad posconflicto.

El tiempo no parece estar sanando las heridas y tenemos que actuar diferente si esperamos resultados diferentes. Debemos reconocer que vivimos un largo conflicto armado en donde se violentó la dignidad de muchísimos. No nos hemos dado la oportunidad de pedirnos perdón, sino que hemos caído en el círculo vicioso de violentar nuestra dignidad mutuamente. Lastimosamente, nuestra firma de paz no incluyó un proceso de reconciliación nacional. No hubo una oportunidad de cerrar el círculo, de pedir perdón y de reconocer las atrocidades cometidas por una lucha de ideales. Esto sí ha sucedido en varios procesos de paz en el mundo, como el de Irlanda del Norte, en donde hubo un alto compromiso por lograr una integración entre los involucrados (tanto víctimas como excombatientes) y la búsqueda de acuerdos concretos para reconciliación. Pero, lo más importante, es que ellos definieron un proceso (durante diez años de negociaciones) en donde fueron reconocidas las agresiones cometidas por todas las partes en los 29 años de guerra, dando lugar al perdón.

En el contexto del 20 aniversario de la firma de la paz, me parece que todos debemos reflexionar profundamente sobre este tema. En primer lugar, un conflicto ideológico nos llevó a golpes físicos y a agresiones a la dignidad humana. En segundo lugar, es importante reconocer que firmamos la paz, sin embargo, nunca hicimos las paces como país. Y, en tercer lugar, quizás sean los jóvenes guatemaltecos quienes, al estar menos contaminados por el conflicto, pueden tomar el liderazgo para marcar un “hasta aquí”.

Los invito a que juntos nos retroalimentemos respecto a este tema. No sabemos que no sabemos y es innegable que todos tenemos formas en las que inconscientemente podamos provocar heridas a la dignidad del prójimo. Por mi parte, reconozco que quizá he agredido la dignidad de algún conciudadano. Si he cometido faltas, agradezco que me extiendan una mano y me ayuden a identificarlas para poder pedir perdón por ellas. Unámonos en este sentido para salir del círculo vicioso del revanchismo, que tanto daño le ha hecho a nuestra sociedad. No es posible avanzar como país, si se siguen heredando las cargas de estas heridas. Debemos sanarlas para poder convivir y sacar adelante a Guatemala. “Replantear el conflicto” y utilizar argumentos rebuscados para revivir este dolor no es nada más que revanchismo, el cual profundiza nuestras heridas. En este 20 aniversario de la firma de la paz, ¿se animan a que finalmente logremos la paz y la reconciliación nacional?

Publicado por www.elperiodico.com.gt el 21 de Abril 2015 por Salvador Paíz
http://elperiodico.com.gt/2016/04/21/opinion/sanemos-nuestra-dignidad/

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