Sin cabida

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Enfrentamos retos sin precedentes. El odio domina continentes y desemboca en atentados terroríficos en contra de la vida de miles de civiles. Diariamente. La mundialización, nos abre los ojos y evita que nos hagamos “los locos” ante el sufrimiento global. Los volcanes y lontananzas ya no son obstáculo. Los mares ya no aíslan la comunicación. Hoy se habla de “ciudadanos del mundo” y cada acontecimiento aterrador nos incumbe y nos deja lecciones que ya no admiten la indiferencia. Dentro de ese contexto, el debate sobre la libertad de expresión es planetario. Están los que la defienden racionalmente, pero están también aquellos que consideran que no tiene límite alguno, ejerciendo vorazmente el llamado “discurso del odio”. Esa acción comunicativa que tiene como objetivo intencional promover y propagar una afirmación cargada de connotaciones negativas y discriminatorias, que atentan contra la dignidad de un grupo de individuos. El racismo y la xenofobia son los ejemplos más comunes. Lo cierto es que estamos viviendo las consecuencias del fanatismo.

En Guatemala sufrimos nuestra propia problemática sin aprender lecciones. Hay quienes, cobijados en la libertad de expresión, hostigan sistemáticamente a los defensores de los derechos humanos, a los defensores de la naturaleza, a los defensores de los derechos comunitarios. Sus clichés son usados con elocuencia engañosa: “Comunistas trasnochados”; “financiados por la cooperación”; “se oponen al desarrollo”; “mujeres histéricas”; “ideologizados”; “terroristas”; “vividores del conflicto”.

La Guerra Fría ya pasó. Se han derrumbado muros, pero se elevan otros; los de las palabras fanáticas y acusaciones malévolas. La libertad de expresión de pensamiento es ilimitada, pero debe ser racionalmente ejercitada. Deja de serlo si incita intencionalmente a la repulsión y levanta el polvo del rencor.

Debemos recuperar el sistema educativo para enseñar con determinación el respeto a la diferencia y el derecho a la igualdad. Escucharnos, debatir ideas con madurez. Sin ataques trillados.

Muchos discursos incitan al aborrecimiento, lo acuñan y lo justifican con recurrentes falacias. El primitivo discurso del odio es aparente razonamiento, pero en realidad es la negación por excelencia de la auténtica libertad de expresión. Ya no tiene cabida en el siglo XXI. Es hora de recuperar el discurso de la paz. El análisis crítico. ¡Eso se aprende en la escuela! Porque aunque la educación cuesta mucho, cuesta más la violencia.

Publicado por www.elperiodico.com.gt el 30 de Marzo 2016 por Anabella Giracca
http://elperiodico.com.gt/2016/03/30/opinion/sin-cabida/

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