Un presidente, un mandato

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Desde aquel 25 de julio pasado, cuando se activó de una manera histórica la participación ciudadana, vía el clamor por un cambio radical de las estructuras políticas, se abrió el espacio para alguien “venido de afuera” con un discurso simple y directo en contra del robo y la corrupción. Lo demás es historia.

Hoy, Jimmy Morales llega al poder con el mandato más alto de la era democrática: 68.52%. Esto, en términos prácticos, es el endoso de un capital político de parte de la ciudadanía para utilizarlo en la continuación de esa limpieza institucional, claramente dirigida a separar a la clase política del mundo de los negocios espurios.

El desafío es enorme. La corrupción está enraizada en todos los estamentos políticos, capitales emergentes y empresariales (algunos); léase, los grupos de presión o poderes fácticos que, tradicionalmente, han venido esquilmando el erario público. Esto implica reacciones viscerales en contra de todo aquello que altere el statu quo de esos rubros de otrora jugosas ganancias y prebendas, como son la compra de medicinas, los contratos diversos y la distribución geográfica de obras, entre otros.

El Congreso entrante estará aún formado por un porcentaje de diputados con esas inclinaciones insanas. Para la aprobación del Presupuesto General de la Nación, tratarán de presionarlo para “llegar a un acuerdo”. Si cae en la trampa, el pueblo le cancelará ese capital político y le revocará el mandato en las calles nuevamente.

Si por el contrario, confronta a un Congreso entrante con una visión de transparencia y una agenda de cero tolerancia a la corrupción, utilizando su capital político y el apoyo de la cooperación internacional, iniciará una nueva etapa.

Jimmy Morales debe comenzar con lo obvio, que es nombrar a gente proba, conocida y capaz en su gabinete. Quiénes integren ese gabinete enviará el primer mensaje de su postura.

Dos instituciones son de estratégica importancia: la Superintendencia de Administración Tributaria y el Ministerio de Finanzas Públicas. El gabinete económico debe ser de calidad cinco estrellas, pero serán realmente pocos los que estén dispuestos a enfrentar el desgaste de un puesto tan difícil. El problema fiscal no es solo de una dimensión gravísima, sino sumamente compleja, por las presiones políticas que los poderes fácticos concitan. Todos querrán jalar “pan para su matate”. El espacio que el gabinete económico tendrá para moverse, dadas las limitaciones de los aportes constitucionales y el servicio a la deuda interna y externa, es todo un Éverest. Sumado a esto, el frágil e inestable entorno político para llevar a cabo recortes presupuestarios en vez de ampliaciones —especialmente en las negociaciones con los sindicatos— dibuja un horizonte abrumador.

En tanto más presidencial y sagaz operador político sea Jimmy Morales, y menos superficial e improvisador en el manejo de estos temas, más factible será cumplir con esta agenda inicial estratégica. Y si puede capitalizar su poder político enfrentando a la clase política espuria con astucia y prudencia, estos no tendrán más remedio que plegarse a la inercia de esa demanda social nacional e internacional, que tiene como “garrote y zanahoria” los ejemplos de los funcionarios públicos que están en la cárcel u otros que juegan su suerte en juicios en proceso.

Pero no hay que perderse. Es realista calcular que habrá camorra y distensión social. Los espacios no los soltarán fácilmente. Le apostarán a la bulla y a las presiones públicas. En ese sentido, el nuevo mandatario debe mantener la vista en las prioridades y no dejarse tragar por el manejo de la crisis diaria.

Ante todo, debe luchar contra las roscas que lo apartan del sentir del pueblo y de las voces de los analistas y expertos ajenos a su entorno a quienes debe oír.

Eso lo mantendrá lúcido y realista.

Publicado el 27 de octubre de 2015 en www.prensalibre.com por Alfred Kaltschmitt
http://www.prensalibre.com/opinion/un-presidente-un-mandato

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