Eduardo Mayora Alvarado
¿Qué es mejor para el desarrollo económico de un país? ¿Es mejor dejar en manos de una empresa un millón de quetzales de utilidades o dejarle solo la mitad y trasladarle al Gobierno los otros quinientos mil quetzales en forma de impuestos? Casi no hay ciudadano que no tenga una opinión más o menos sesgada en cuanto a las respuestas a este tipo de preguntas. Creo que ese sesgo depende, en buena medida, de los prejuicios ideológicos de cada ciudadano.
Por regla general, quienes tienen una ideología liberal prefieren dejar ese millón de quetzales de utilidades en la empresa, o la mayor porción que fuera posible (después de cubrir las necesidades de la defensa nacional, la justicia, la seguridad interna del Estado, la sanidad pública, ciertas infraestructuras muy básicas y poco más). Entienden que, de ese modo, es más probable que se realicen inversiones productivas que redunden en más o mejores empleos para más personas y, con un salario mejor, cada una de esas personas puede entonces invertir en su bienestar y en el de su familia ejerciendo, además, su libertad.
Por regla general, también, quienes tienen una ideología socialista o de algún modo estatista, prefieren que los impuestos le lleven al Estado la mayor parte de ese millón de quetzales, dejando en la empresa lo mínimo necesario para que sus propietarios obtengan un rendimiento “justo”, definido de acuerdo con los criterios que las leyes y políticas estatales establezcan. Entienden que, mientras el Gobierno invertiría esos impuestos en brindarle a la población educación, salud, cultura, deportes, formación universitaria y un sistema de seguridad social, los empresarios, en cambio, emplearían esas utilidades para sus intereses egoístas.
Los liberales desconfían de la autenticidad de las motivaciones de los gestores de las administraciones públicas, entendiendo que, en el fondo, van a promover sus propias agendas, profesionales o electorales, en lugar del interés común. Los socialistas desconfían de las virtualidades de un sistema de libre competencia pues, basados en situaciones existentes o supuestas, entienden que los empresarios suelen tener éxito en alinear las acciones de los gobernantes con sus intereses, obteniendo así privilegios que anulan la operatividad de la libre competencia (o la precarizan).
Los liberales se jactan de hacer las cosas con mucho más eficiencia que el Gobierno, sea la gestión de un aeropuerto o la construcción de una carretera. No les cabe duda de que un sistema de pensiones de retiro o la prestación de servicios de salud o educativos, tendrán mejor calidad y se brindarán a menor coste que sus alternativas estatales. Los socialistas más bien le temen a la avaricia de los empresarios, siempre dispuestos a sacrificar la calidad de los productos o servicios que presten, con tal de maximizar sus utilidades.
Por esas y otras creencias parecidas, no siempre suficientemente analizadas ni comprobadas, las ideologías determinan de modo decisivo la postura ante la magnitud de los presupuestos estatales de, quizá, la mayor parte de los ciudadanos. Creo que esto es sumamente problemático por el abuso que se hace por muchos líderes políticos de los sesgos existentes.
Publicadoe l 19 de diciembre de 2014 en www.s21.com.gt http://www.s21.com.gt/grano/2014/12/19/presupuesto-ideologias
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