El primero es erradicar el hambre y la extrema pobreza, pero grandes sectores de la población se debaten en la más absoluta de las miserias. El hambre afecta a más de dos millones de guatemaltecos y la desnutrición crónica, ese efecto macabro de un estado de hambre cotidiano y permanente, golpea a la mitad de los niños.
El segundo objetivo era establecer la enseñanza primaria universal, pero la cobertura no logra echar raíces estables, lo cual provoca altos índices de deserción y baja calidad. A ello se suma el efecto de la pobreza extrema sobre las capacidades intelectuales y físicas de las nuevas generaciones.
Esto coloca al país entre los menos favorecidos del continente en el tema educativo.
En seguida viene el tercero: promover la igualdad entre géneros y fortalecer la autonomía de la mujer. Sin embargo, la discriminación persiste desde el ámbito familiar hasta los niveles más elevados de la institucionalidad y las organizaciones políticas. A la par, están los índices de femicidio, baja cobertura del sector justicia y persistente resistencia a proporcionar a este segmento una adecuada atención en salud sexual y reproductiva, y los recursos básicos para su desarrollo.
Viene luego el objetivo de reducir la mortalidad infantil, directamente vinculado al primero. Bebés desnutridos de madres desnutridas y, por ende, generaciones de guatemaltecos privados de una adecuada alimentación por falta de acceso a ella. Este objetivo depende de adecuadas políticas públicas y un cambio total en el sistema de prioridades en los planes de desarrollo y de inversión.
El quinto objetivo tiene relación con mejorar la salud materna y otra vez nos vamos al primero: la desnutrición y el hambre. Y el sexto, cuyo propósito es combatir el VIH/sida, el paludismo y otras enfermedades, parece una broma de mal gusto en un país cuyo sistema de salud ha colapsado de manera estrepitosa y cuyos indicadores de prevalencia de las enfermedades —especialmente del VIH/sida— son simplemente una aproximación por falta de datos técnicos actualizados.
Los últimos: garantizar la sostenibilidad del medioambiente y fomentar una asociación mundial para el desarrollo, no parecen haber sido tomados en serio, lo que se puede observar en el irrespeto por los pocos santuarios protegidos que van quedando, la depredación de los bosques, la contaminación de los mantos acuíferos, la explotación irracional de las riquezas naturales. Nada de esto coloca al país en posición de interlocutor en asociaciones mundiales de desarrollo, a menos que comience a reparar los daños ocasionados en su política doméstica. Lo que resta es favorecer el desarrollo del país procurando enderezar el rumbo, aunque el importante compromiso de alcanzar los Objetivos del Milenio vaya con 10 años de atraso.
Publicado el 15 de diciembre de 2014 en www.prensalibre.com por Carolina Vásquez Araya http://www.prensalibre.com/opinion/Se_acaba_el_plazo-Carolina_Vasquez_Araya_0_1266473451.html
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