ALFRED KALTSCHMITT
Hemos vivido un año de persistente conflictividad. La aguja de la ingobernabilidad tuvo serios picos provenientes de una serie de incidencias sociales, económicas y políticas que aún no encuentran un desfogue sereno y razonable, sino una tendencia hacia la confrontación y las medidas de hecho. En dos platos: Estamos enojados, molestos e incómodos entre nosotros. A lo largo de todo el año, los grupos contestatarios movilizando manifestaciones y tomas de carreteras con sus convenientes banderas antimineras, cementeras e hidroeléctricas fueron este año -más que una piedra en el zapato- un tetunte irracional perturbador en medio del camino del progreso, impidiendo el desarrollo de proyectos de incuestionable valor estratégico para el país. No tardó la inteligencia económica internacional en calcularle el riesgo a la inversión en nuestro país, y los resultados están a la vista:
A pesar de ser la economía más grande de la región, somos el país con la menor atracción de inversiones.
Los grupos de derechos humanos penetrados y dominados por una tendencia sectaria de largo arrastre histórico generaron una tensión insalubre, nada edificante para nuestro país. Comenzó con los juicios de los militares con el montaje del “genocirco”, en donde se hizo evidente la penetración en la fiscalía general, la cámara penal, y a un voto de ganar la Corte de Constitucionalidad. El conflicto persiste, y ahora han resucitado de una muerte de tres décadas, otro ciclópeo histórico llamado “quema de la embajada”.
Ante el riesgo de perder valiosos peones y alfiles en el sistema de justicia y la fiscalía, las comisiones de postulación adquirieron una importancia estratégica. Los mismos activistas conectados y financiados por su vasta red de tambores de resonancia, hicieron lo imposible para volver a cooptar esos valiosos puestos. Hasta la forzada salida de la Fiscal General les rindió invaluables recursos de victimización internacional e invitaciones y premios en las tablas de los teatros más importantes de derechos humanos. Aún capitalizan tales hechos.
Y dentro de esa compleja maraña de tensión política, la aprobación del paquetazo del Presupuesto General de la Nación para el 2015 ha liberado los últimos demonios del frasco político. El cuestionamiento de la calidad del gasto y la opacidad de la ejecución presupuestaria, calculada en una pérdida neta de 17 mil millones de quetzales anuales por los organismos internacionales, ha sido una constante, especialmente en los últimos dos años.
En el impuesto del cemento dentro del paquetazo se afecta seriamente la industria de la construcción, uno de los generadores más altos de mano de obra. Evidentemente también seres menos competitivos para la atracción de futuros proyectos mineros; y el mensaje que eso proyecta cuando se cambian las reglas del juego a medio partido no pueden ser peores.
Las componendas para aprobar ese presupuesto y los rumores de pagos bajo la mesa dejan un sabor y resentimiento amargos. Somos tan buenos como la clase política que tenemos. Al final, como todo impuesto, seremos los consumidores los que paguemos la factura. No hay almuerzo gratis, decía Friedman.
Pero el cierre más negro del año, sin duda, ha sido el escándalo del hospital Federico Mora. El reportaje periodístico tomado en secreto le ha dado la vuelta al mundo y ahora corremos presurosos a tratar de guardar la ropa sucia bajo la cama. En efecto, confirma aquel dicho que dice: “porque somos como somos, somos lo que somos…”
Lo que escribió Zury Ríos en su página de Facebook recientemente es de lo más pertinente: “Misericordia, conmiseración, compasión, tres valores ausentes de la administración del hospital mental Federico Mora. El sistema de administración pública debe cambiar: nuevos valores, nuevos principios, una nueva ley de Servicio Social. Solo juntos, con poder ciudadano, podremos cambiar Guatemala”.
Publicado el 09 de diciembre de 2014 en www.prensalibre.com http://www.prensalibre.com/opinion/Un-ano-de-locura_0_1262873960.html
No Responses