FRITZ THOMAS
En buen chapín, el tricket es ese aparato que usamos para levantar el vehículo al cambiar una llanta. El economista Robert Higgs describió el concepto y acuñó el término del “efecto tricket” -ratchet effect- en su obra Crisis y Leviatán: episodios críticos en el crecimiento del gobierno americano (1987), y lo desarrolló de manera más amplia en Contra Leviatán: poder de gobierno y la sociedad libre (2004). En su forma más simple, el efecto tricket se refiere a como, ante una crisis, “sube” el radio de acción y la cantidad de recursos de los que se hace un gobierno, y pasada la crisis, no regresa a su nivel original. El Leviatán al que se refiere Higgs no es el mítico monstruo marino que aparece seis veces en el Antiguo Testamento y que en Job 41:1-34 se describe con detalle.
Higgs tiene en mente el Leviatán de Thomas Hobbs, obra publicada en 1650, con uno de los más tempranos enunciados de la teoría de gobierno del “contrato social”. Hobbes argumenta que el brutal “estado de naturaleza” —la guerra de todos contra todos— solo puede evitarse con un gobierno fuerte y unido.
Daniel McCarthy recuerda la advertencia de James Madison en 1794, sobre “el viejo truco de convertir toda contingencia en un recurso para acumular más fuerza en el gobierno”. Una vez que la crisis retrocede, el poder y recursos del gobierno no vuelven a su nivel original: cada emergencia deja más ancho su radio de acción. Surge la crisis, el gobierno exige más recursos para enfrentarla, y pasada la “emergencia”, el nivel aumentado de acción gubernamental se vuelve el nuevo normal.
En un análisis histórico, Higgs señala la irreversibilidad de la expansión del gobierno al enfrentar sucesivos momentos de crisis. No se desmantelan los aparatos burocráticos creados inicialmente para necesidades temporales. Los “para mientras” son eternos: las burocracias no retroceden y no abandonan territorio que han ocupado.
Un ejemplo que viene a la mente es la forma en que el IETAAP —Ley del Impuesto Extraordinario y Temporal de Apoyo a los Acuerdos de Paz— fue extraordinario, pero no temporal: se convirtió en el Impuesto de Solidaridad. Una lección es que no debe darse credibilidad a la palabra “temporal” cuando se asocia a un impuesto.
El aumento de la deuda con la emisión de bonos por Q4 millardos, que tan desesperadamente busca el gobierno para enfrentar la “crisis”, debe entenderse por lo que realmente es: eleva el nivel del gasto público a un nuevo estado de normalidad. No es temporal. La crisis podrá palearse, pero no cabe duda de que resurja. Con una economía que no crece y un gobierno que cada día hace más promesas que no puede cumplir, mientras sacrifica sus funciones básicas en el altar del clientelismo y la extracción, no van a alcanzar los recursos.
El gobierno no prioriza. Cada semana se conoce de un nuevo proyecto para gastar —“invertir”— cientos de millones de quetzales en nuevas ocurrencias. Mientras tanto, la red hospitalaria colapsa, la educación pública está en harapos, la infraestructura se desploma y la inseguridad, física y jurídica, carcome el tejido social. El aparato burocrático no es capaz de priorizar entre pautar publicidad, regalar fertilizante y pelotas de futbol, o brindar seguridad y pagar los sueldos de enfermeras. Dado el sistema político eminentemente clientelar y extractivo, aunado a la cosmovisión antiproducción de la intelligensia, puede esperarse más de lo mismo, multiplicado.
Por cierto, en las empresas privadas, las pérdidas le ponen brutal freno al tricket.
Publicado el 13 de noviembre de 2014 en www.prensalibre.com http://www.prensalibre.com/opinion/Crisis-y-Leviatan_0_1247875205.html
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