Ética y estética

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PEDRO TRUJILLO

Es preciso reconocer, admirar y respetar la renuncia de la jueza Claudia Escobar de su reelección como magistrada. El sistema de comisiones de postulación topó hace tiempo y cada vez es más compleja la lucha de poder de grupos que desean colocar jueces según sus fines o ideología. No obstante, el proceso que reclamaban repetir fue igual al que se aceptó cinco años atrás y en el que también primó la ley de Comisiones de Postulación sobre la de la carrera judicial -sea eso correcto o no-, discusión por dirimir  judicial y no mediáticamente o con vociferadas exigencias. El proceso observó sustancialmente la ley -y si no se está conforme se recurre-, otra cosa es que aquella sea tan nefasta que permita las negociaciones entre grupitos o la elección final por diputados sin obligación de observar parámetros éticos o de profesionalidad, entre otros.

Promover amparos es contradictorio con la postura mantenida otras veces del uso dilatorio de los amparos y repetir la elección con idénticas reglas, llevaría a similar conclusión.

Detrás de la dignidad de la renuncia subyacen intereses de terceros. Uno, el reclamo de jueces que se han quedado sin chance, algo legítimo que pasó antes y pareció no importar. Otro, que sigue pendiente el juicio por “genocidio” —entre otros— y parece no haber juristas afines a ciertos grupitos para pilotar tales lides. La algarabía aglutina —¡no engañemos!— la dignidad, el desempleo y cierta ideología que no gana en las urnas.

¿Cuál prima? Esa es la pregunta más allá del clamor sobre mejorar la justicia. La disputa es por privilegios de cuotas para incluir magistrados cercanos a grupos de presión y no fundamentalmente por perfeccionar el proceso. Se trata de limpiar la basura con lodo, de ahí que el pacto PP-Líder molestase, al excluir del escenario a candidatos promovidos por diversos colectivos.

¿Poder o dignidad?, de eso debería tratar la discusión de fondo. Cambiar el sistema supone modificar la Constitución y las leyes inservibles. Eso es mucho más que coyuntura. Al “dignificar la profesión” para incluir a “los buenos”, se corre el riesgo de que quien los elija sea de “otro bando” y, entonces —como ahora—, vendrá la aireada protesta, silenciada durante cinco años en que se pudieron realizar los cambios —entonces ya detectados— que ahora se reclaman enfáticamente.

Hay una campaña de presión organizada para retrotraer las actuaciones, igual que se hizo para el nombramiento de la anterior fiscal que tan buenos réditos produjo. Incluso la Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre la independencia de magistrados y abogados emitió su crítica, lo que lleva a preguntarse ¿cómo puede la ONU promover la independencia judicial si previamente a la resolución de la CC ya genera presión, crítica e injerencia en el sistema judicial nacional? Seguimos jugando a fracturar la ley a modo de piñata y no a respetar decisiones judiciales.

¡No nos engañemos! Hay que cambiar, y desde el fondo. Sin embargo, no es honesto ocultar intereses que florecen cada cinco años y generan ruidosos espectáculos, para luego quedarse aletargados sin que la dignidad aflore cuando no hay expectativa inmediata de botín. Somos una sociedad de grupos dominantes, cortoplacista, nada autocrítica y poco estratégica, y el tiempo absorbe cualquier tardía dignificación. Confundimos poder y prepotencia; ética con estética; cordura y paranoia. La dignidad está asociada al tiempo, no a la oportunidad. Una postura ética tardía, al menos, está profundamente mutilada. Dicho lo anterior, mi respeto y apoyo a los juristas honestos que son muchos.

Publicado el 13 de octubre de 2014 en www.prensalibre.com 
http://www.prensalibre.com/opinion/Etica-y-estetica_0_1229277386.html

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