Las raíces del mal

Hace unos días me encontraba en medio del tráfico mañanero, cuando pasó una caravana de furgones grises a toda velocidad, custodiados por unas 4 radiopatrullas y otras tantas motos, todos con sirena abierta. Eran, imagino, reclusos de alta peligrosidad conducidos a la torre de tribunales.Quizás jóvenes pandilleros, tatuados hasta los dientes. Esa, al menos, es la imagen automática que invade la mente a quienes recibimos de las autoridades y los medios —como fórmulas preconcebidas— el estereotipo del criminal de hoy.
 

Lo que me aterra es que Guatemala se está convirtiendo en un vivero de seres marginales. El sistema está basado con tal énfasis en la mercantilización de lo humano que hablar de recuperación de valores es un sarcasmo ante la realidad concreta de escuelas en ruinas; niñas, niños y adolescentes carentes de materiales de estudio; maestros incapaces de superar las pruebas de conocimientos básicos y trabajando con salarios de hambre, escaso acceso a tecnología y escolares privados de algo tan mínimo como una sencilla refacción escolar.

Para quienes controlan el poder, los valores parecen ser la última de las preocupaciones. De serlo, habría una agenda prioritaria de políticas públicas con presupuesto asignado de manera decidida para la formación de niñas, niños y jóvenes. Las carencias —y no desde hace un par de años, sino desde hace un par de generaciones— han sido responsabilidad de una casta política cuya agudeza visual se limita a su entorno inmediato.

El futuro, y con esto me refiero a las generaciones venideras y su potencial productivo, no parece estar contemplado en los planes de nación y, sin esa visión de futuro, la declinación de la calidad de vida es inevitable y cada vez más pronunciada. Sé muy bien lo provocador que es calificar a esos jóvenes pandilleros como una generación abandonada a su suerte. La sociedad los condena y los margina, quiere eliminarlos antes de ser eliminada, pero al final de cuentas todo es consecuencia de un sistema orientado a fines ajenos al bienestar de todos.

Esa caravana de furgones grises con pequeñas ventanas enrejadas que detuvo el tráfico dejando una sensación de frío en la espalda, me hizo pensar también en los centros carcelarios en donde transcurre la vida de estos jóvenes sin esperanzas de rehabilitación. Reductos de horror, en donde pagan para que les perdonen la vida o les presten un rincón en donde echarse a dormir. Auténticas escuelas del crimen en donde rigen otras leyes, otros poderes y otros planes de futuro. Centros de extorsión y de control criminal en los que se reproducen a diario las peores vilezas de que es capaz un ser humano.

Una comunidad no puede sostener sus estructuras sin comprender el carácter esencial de sus pactos. Entre estos están los fundamentos institucionales, sin los cuales el entarimado se debilita y colapsa. Al final, todo depende de una ciudadanía informada, educada y capaz de encontrar la felicidad. Guatemala tiene una población mayoritariamente joven, es imperativo comprender, por lo tanto, que serán ellos, buenos o malos, los encargados del inevitable relevo.

 
Publicado el 25 de agosto de 2014 en www.prensalibre.com por Carolina Vásquez Araya
http://www.prensalibre.com/opinion/Las_raices_del_mal-Carolina_Vasquez_Araya_0_1199280270.html

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