Más allá de la burbuja

No querer saber es un derecho, pero también una irresponsabilidad. Vivir en la burbuja es grato, reconfortante, bonito, tiene las ventajas de la ligereza atmosférica que nos permite levitar entre las comodidades de la burguesía citadina, con sus arrestos de intelectualidad y esnobismo, con el derecho de elegir hasta dónde internarnos en los avatares de la vida nacional. Esa burbuja, hasta donde yo sé, está inserta en otra más amplia que abarca lo urbano, con todas sus complejidades.

Desde estos espacios resulta evidente nuestra resistencia a establecer empatía alguna con quienes deben enfrentar la dura realidad de las carencias absolutas. Claro que podemos comentarlo, de hecho lo analizamos, pero ¡cómo nos cuesta ubicarnos en sus zapatos, oler la pestilencia de las zanjas abiertas que corren arrastrando toda clase de desechos, mojarnos en las filtraciones de sus techos de cartón, sentir el mordisco del hambre en el estómago! Lo que manejamos con una pulcritud exquisita, eso sí, son las cifras, estadísticas y toda clase de informes con soluciones para esos problemas que jamás se resuelven.

La burbuja es nuestra cámara de seguridad emocional. El contacto con la realidad no se nos da bien a quienes tenemos la piel sensible. Quizá por eso hemos creado toda suerte de respuestas cliché a los tremendos dramas de nuestros hermanos. Que si son unos vagos y por eso, pobres de miseria. Que por qué, entonces, se dedican a tener hijos a diestra y siniestra. Que son unos padres negligentes, por eso sus hijos se largan a la frontera, que nacieron indolentes, que quieren todo regalado, que con esa clase de gente el país no puede prosperar…

No hay límites a la creatividad cuando la intención es evadir la ola que nos reventará encima cualquiera de estos días. Achacamos la inseguridad a otros, la incertidumbre sobre el futuro a otros y a esos nebulosos “otros” todas las desgracias que nos obligan a encerrarnos tras portones de hierro, talanqueras y alambres de cuchillas. Se nos olvida con asombrosa facilidad que una nación no es otra cosa que el conjunto de sus ciudadanos y son sus acciones, sus decisiones soberanas y sus organizaciones, las que dan estructura y espíritu a eso que cada septiembre llamamos pomposamente patriotismo.

Pero nadie está exento; tampoco dentro de la burbuja clasista, encerrada en la burbuja urbana. Hasta allí nos alcanzan los estertores de un sistema de valores que colapsa. En ella se sufre de la misma violencia intrafamiliar del ranchito rural, solo que más sofisticada y con recursos. La educación tampoco hace una gran diferencia. Trae estampada la marca del racismo y la discriminación, cuya premisa fundamental es: quien tiene más, es mejor.

Es urgente una labor de “desburbujamiento” conceptual, escapar de los estereotipos y comenzar por rechazar los actos de violencia cotidianos mediante una reacción ciudadana desde el interior del hogar y en todos los ámbitos en donde nos movemos. Rechazar la discriminación y ver con otros ojos —desprovistos de prejuicios— a quienes carecen de nuestros privilegios. Quizá algo cambie.

Publicado el 04 de agosto de 2014 en www.prensalibre.com por Carolina Vásquez Araya 
http://www.prensalibre.com/opinion/Opinion-columnistas-Carolina_Vasquez_Araya-EL_QUINTO_PATIO-Mas_alla_de_la_burbuja_0_1186681475.html

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