La mala gestión dura demasiado

Con cada crisis se evidencia que los estilos de gestión en el país tienen muy poco cambio y por ello los avances son tan endebles que resulta muy difícil dar una respuesta adecuada a las demandas de quienes resulten afectados por emergencias, que a menudo pudieron ser prevenibles.
 

No importa si es en materia de seguridad, salud o educación, pues la respuesta no solo será tardía, sino incompleta y sujeta a procesos burocráticos que casi siempre se ejecutan con poca transparencia. En ese triste ciclo, cada problemática se va endosando a futuros gobiernos que a su vez deben afrontar sus propias urgencias.

Hace casi dos años, en San Marcos, un devastador terremoto causó estragos en varios municipios de ese y otros departamentos. A la fecha queda mucho por reparar, pese a las promesas oficiales de una pronta respuesta. Por si fuera poco, hace apenas un mes otro potente sismo volvió a castigar a los marquenses, con lo que no solo se acrecentó su necesidad de ayuda, sino también la incertidumbre, por no decir la desconfianza, hacia el tiempo que eso pueda llevar.

Partiendo del atroz huracán Mitch, en 1998, y del terremoto que azotó al país en 1976, invariablemente cada gobernante ha debido enfrentar algún tipo de desastre; de hecho es sabido que nuestro país, junto a Honduras y El Salvador, ocupa las posiciones más vulnerables del Istmo, y no solo en lo relativo al cambio climático, sino en la situación socioeconómica de la población.

A ello es necesario sumar el papel que juegan los actores políticos en cada crisis, pues es percepción generalizada que muchos de estos eventos no solo golpean a la población de escasos recursos, sino que son aprovechados de manera oportunista por personajes inescrupulosos que prácticamente lucran con la necesidad ajena, con lo cual incrementan los indicadores de corrupción nacional. Ya desde el terremoto de 1976 fue común escuchar que los militares ligados al manejo de la ayuda y la reconstrucción hicieron un mal manejo de esos recursos.

Ello explicaría por qué también durante los últimos eventos ha sido más difícil obtener ayuda, como ocurrió con la tormenta Ágatha y la erupción del Volcán de Pacaya, en el 2010, cuando la ayuda solicitada en su momento no llegó a concretarse en todo lo esperado, no solo por la crisis económica mundial, sino por la desconfianza hacia el uso de los recursos. Esa vulnerabilidad y la poca probidad han hecho cada vez más difícil para el país aprovechar los fondos para dar una respuesta adecuada a cada fenómeno natural o catástrofe.

Hace apenas una semana, la mofa en Washington era que los países del triángulo norte de Centroamérica volvían a extender la mano para enfrentar la crisis desatada por los niños migrantes. Quizá no haya sido por una cuestión xenófoba, sino por ser un secreto a voces el derroche que representa la corrupción. Aún así, como si hubieran conseguido el vellocino de oro, los presidentes posaron sonrientes para las cámaras, a sabiendas de que muy poco se ha hecho por las víctimas de los desastres y menos en contra de los facinerosos que se enriquecen a costa del erario.

Publicado el 03 de agosto de 2014 en www.prensalibre.com por Editorial Prensa Libre 
http://www.prensalibre.com/opinion/Opinion-Editoriales-La_mala_gestion_dura_demasiado_0_1186081523.html

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