Tal hecho me recuerda a unos jóvenes sin remedio que me explicaban con toda la ingenuidad de la vida fugaz moderna que su ingreso se calcula como la suma de lo que reciben más lo que gastan con la tarjeta de crédito, ese sobre sueldo, lo cual les daba para unos seis meses con el plástico antes del tope, y ellos muy tranquilos ya tenían la solución, añadir otra tarjeta para el periodo siguiente, y pagar una con la otra. Su razonamiento era sencillo, como no nos alcanza con lo que ganamos para vivir, nos tenemos que endeudar de manera programada. Y cuando les preguntaba qué harían en el futuro, respondían que el futuro no existe, que no saben si entonces estarán vivos, que mañana verán.
Pero una cosa son los individuos, que desaparecen, y otra las naciones que deben persistir. Si no detenemos la escalada anual de gastar más de lo que producimos, tarde o temprano pertenecerán nuestros volcanes, calles, ciudades y casas a otras naciones, a organizaciones internacionales, a los vecinos, y tendremos que optar por la vida de mendicantes, con las manos estiradas para pedir, dependientes y pobres.
La riqueza de los pueblos empieza a darse cuando el aparato estatal se las arregla para subsistir con lo que obtiene, y reinvierte siendo productivo el superávit, la ganancia que es la que se invierte para crear, viajar a la luna y poner satélites en el espacio.
La solución que tenemos los ciudadanos está a la vista, porque el próximo año elegiremos al nuevo mandatario, y no queremos otro que venga a echarle la culpa al de antes y nos endeude más. Austeridad y productividad debieran ser la oferta inteligente de quien busque resolver nuestra necesidad.
Publicado el 24 de julio de 2014 en www.elperiodico.com.gt por Méndez Vides http://www.elperiodico.com.gt/es/20140724/opinion/251377/
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