El país del absurdo

El viernes conté, sobre la 2a. ave-  nida de la zona 10, a siete niños pidiendo ayuda en cuatro semáforos. Algunos hacían acrobacias con limones y otros tenían su cara pintada de payaso. Un bebé estaba en los brazos de su madre, que no alcanzaba los 15 años. Inmediatamente vinieron a mi cabeza las afirmaciones, opiniones y declaraciones que he escuchado en los últimos días referidas al tema de la migración, en las que predomina un enfoque represivo, criminalizador, lleno de afirmaciones que degradan a los niños, niñas y a sus padres, y que hacen caso omiso de la realidad de pobreza y exclusión que vivimos.

Hay que ser muy insensato, tener una mente muy estrecha, o ser muy malintencionado —neoliberal o libertario, para usar una sola palabra—  para atreverse a hacer semejantes afirmaciones y amenazar con perseguir y condenar penalmente a quienes sufren la pobreza.

La verdad es que no salgo de mi asombro, luego de ver, escuchar y leer a una variedad de personajes —incluida la vicepresidenta y la fiscal general— referirse al tema de la niñez migrante con una desfachatez que azora.  ¿Cómo pasamos de una perspectiva de crisis humanitaria y protección de derechos a otra de criminalización y populismo penal, donde todo se resuelve metiendo a la gente a la cárcel? ¿Desde cuándo la migración dejó de ser un derecho humano para convertirse en un problema de seguridad nacional?

Miles de niños y niñas en las montañas de Guatemala, en las aldeas y los caseríos o en las villas de miseria de la capital afrontan la negación absoluta de sus derechos, sin ningún tipo de posibilidades reales de salir de la miseria en la que viven. Es este sistema económico que nos han impuesto el que les arroja a la calle, los entrega a las pandillas o les deja como única opción buscar la frontera, a ver si así la vida deja de ser tan miserable. Porque nadie que viva medianamente bien y tenga sus necesidades básicas satisfechas va a arriesgarse a tamaña aventura.
Y no me vengan a decir que estos chiquitos son responsables de lo que les sucede o que a sus padres les gusta que sufran así o que hacen mucho dinero “explotándolos” o enviándolos al Norte, o que son unos haraganes.

La desesperación de ver a su madre postrada en una cama, convulsionando, y no encontrar en los servicios de salud un alivio para su mal, llevó a Gilberto Ramos a pensar que viviendo en EE. UU. podría pagar la cura a su mamá y por eso dejó Huehuetenango. ¿Además de la muerte de su hijo, de su sufrimiento y padecimientos de salud, ahora la señora, mamá de Gilberto, va a tener que afrontar un proceso penal?

Pero en este país del absurdo, todo es posible. Y es posible porque nos gobierna el absurdo y porque quienes tienen poder de decisión y de transformación están preocupados del derecho de su nariz, que está garantizado únicamente si se mantiene este sistema económico que hace millonarios a unos cuantos y miserables a la gran mayoría.

Si la represión, la criminalización y la violencia fueran la forma de combatir los problemas, este país hace años que sería el paraíso, porque de limpieza social, de linchamientos y de detenciones de cientos de jóvenes por “portación ilegal de cara” hemos tenido suficiente.

Publicado el 22 de julio de 2014 en www.prensalibre.com por Marielos Monzón
http://www.prensalibre.com/opinion/pais-absurdo_0_1179482060.html

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