Democracia simulada

El debate y la competencia son fingidos y aparentes.
 
Simular es aparentar lo que no es, con la finalidad de que se tenga por cierto lo falso; es fingir o dar a entender lo que no es cierto. De suerte que la simulación es la alteración de la verdad, ya que su objeto es engañar acerca de la auténtica realidad de actos y cosas, aparentar algo inexistente, en otras palabras dar a la mentira la apariencia de verdad. 

Por otro lado, la ausencia de transparencia, rectitud y honestidad también da lugar al disimulo, que es el astuto encubrimiento de lo hecho o lo intentado, la ocultación o tolerancia del mal, la apariencia de desconocimiento, así como la dispensa o apología de la comisión de delitos. Por supuesto, el engaño y la ocultación se asocian con el cinismo, que es la desvergüenza en defender o practicar lo indigno, lo obsceno y lo infame.

El transfuguismo, que ocurre cuando los políticos cambian de partido o bando, para no perder posiciones de poder o para reposicionarse, es una manifestación de la simulación en lo político, de la democracia simulada. El transfuguismo pone de manifiesto no solo la ausencia de ideologías, principios, valores y proyectos, sino también la politiquería, caracterizada por la codicia, el abuso, la intriga, el fraude, la deslealtad, el parasitismo y la bajeza.

Inequívocamente, los políticos que se pasan de un partido o bando a otro solamente están interesados en beneficiarse personalmente y no en el interés general. De ahí que en lo que menos reparan es en la salud de la nación y en la realización del bien común. Su único interés es no despegarse de la ubre del Estado, siguiendo a pie juntillas aquel viejo consejo politiquero que reza: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. No en balde, entonces, que el lema de los politiqueros sea “todo se vale menos perder”.

El transfuguismo también es producto de la desnaturalización de la negociación política, que, lejos de responder al bie-nestar general, se ha convertido en fuente de cambalaches de todo tipo (compra de voluntades y cargos, intercambio de favores por votos o apoyo), así como de sórdidos contubernios que se traducen en negocios ilegítimos, corrupción e impunidad.

Sin embargo, la principal manifestación de la democracia simulada es el “consorcio político electoral”, o sea una asociación económica monopólica, con fines lucrativos, creada y organizada por políticos y financistas de la política, que se vale de las elecciones para legitimarse y perpetuarse en el ejercicio del poder público. El debate y la competencia son fingidos y aparentes. Los electores creen que deciden, pero no es así; se vota por lo mismo. “Todo está atado y bien atado”, decía el dictador español Francisco Franco.

En todo caso, debe tenerse presente que la degeneración de un sistema político en una democracia simulada y en una demencial cleptocracia, obedece a la existencia de un sector público proveedor de rentas ilimitadas y progresivas, así como de toda clase de prebendas, concesiones y privilegios.

 Publicado el 21 de julio de 2014 en www.elperiodico.com.gt por Mario Fuentes Destarac
 http://www.elperiodico.com.gt/es/20140721/opinion/251174/

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