Niños náufragos

Viajan en busca de su familia.
Tienen que estar preocupados los norteamericanos para que su vicepresidente, Joe Biden, viniera a Guatemala.

 

Los altos funcionarios de la Casa Blanca no suelen tomar el Air Force One or Two para visitar a sus vecinos del sur. Pese a los floridos discursos sobre la importancia otorgada a Latinoamérica, los hechos desmienten las palabras bonitas.

Desde que la Guerra Fría terminó, América Latina no es prioridad en Washington. Sus principales intereses están en otra parte: Medio Oriente y Asia.

Para que el señor Biden decidiera venir en calidad de emergencia, resulta obvio que el Gobierno de Estados Unidos quiere enviar un claro mensaje: algo hay que hacer para aliviar ese creciente “desafío humanitario” que representan los niños migrantes que viajan solos.

Me gustaría creer que de verdad les importan los miles de niños que están varados en albergues de la patrulla fronteriza o perdidos en el papeleo burocrático de los trámites migratorios.

Nadie sabe exactamente cuántos son, pero es obvio que la cifra es alta: las autoridades norteamericanas contabilizan que casi 50 mil niños no acompañados han ingresado a Estados Unidos en 2014, la mayoría provenientes del trifinio centroamericano: Guatemala, El Salvador y Honduras.

Según el canciller Fernando Carrera, el flujo migratorio de niños que viajan solos se incrementó notablemente desde 2012 y se desbordó en los últimos ocho meses.

El fenómeno no pudo pasar inadvertido para las autoridades del norte, pero no se movieron hasta que una serie de fotos de esos albergues repletos de niños durmiendo en el suelo se hicieron virales en Internet.

Ahí sí, en menos de 48 horas había una sesión al respecto en el Senado.

El gobierno de Obama se ha esforzado en argumentar que el origen de esa marea de niños radica en la violencia y la pobreza de la región.

En el fondo tienen razón. La oleada migratoria proveniente de Centroamérica se debe a las malas condiciones de estos países, donde el futuro ofrece poca esperanza.

Sobre eso no hay duda: somos los centroamericanos los principales responsables de la situación actual y de cambiarla.

Ahora bien, esa es solo una parte del problema. Centroamérica siempre ha sido violenta y pobre, pero la migración de niños no se daba como hoy.

El incremento de niños migrantes tampoco coincide con un incremento de la violencia en la región.

La violencia, al menos su indicador más importante, las muertes violentas, han descendido en Guatemala y El Salvador en ese mismo periodo de tiempo. En nuestro país la tasa interanual de homicidios se encuentra en el punto más bajo de los últimos cinco años: 31.5 por cada 100 mil habitantes, cuando sabemos que en 2009 estuvo arriba de 45.

En El Salvador, la tregua entre pandillas produjo un descenso drástico de los homicidios. El caso de Honduras es diferente: ahí la tendencia ha ido en ascenso.

Desde luego, eso no significa que la región sea un remanso similar a Suiza: seguimos siendo una de las partes más violentas del globo, pero como lo digo, esa condición ya la veníamos cargando desde antes.

Para buscar soluciones verdaderas para problemas sociales de magnitud, como el de los niños migrantes, hay que entenderlos al detalle y con seriedad. Debe existir un detonante para esta situación y sería bueno identificarlo, sobre todo en términos del cambiante negocio de las mafias que operan en la región, traficando con drogas, armas y personas.

Pero más allá de eso, debemos preguntarnos ¿por qué hay tantos niños dispuestos a correr los riesgos enormes de semejante travesía? ¿No será porque los mueve una fuerza vital, más poderosa que el miedo? ¿No será que van en busca de su mamá o su papá, un reencuentro por el que se está dispuesto a arriesgar la vida misma?

La desgarradora separación de las familias migrantes también está al origen de este problema, y los generadores de política pública en Estados Unidos bien harían en sentarse a pensar en los daños colaterales de normas que ellos saben, son disfuncionales.

A mediano y largo plazo, la solución al tema migratorio está en nuestra cancha. Pero la emergencia de hoy, esa oleada de niños, no se resuelve ni con discursos ni advertencias ni mucho menos con una cantidad x de millones de dólares. Pasa por ofrecer soluciones humanas a familias que están separadas.

Publicado el 23 de junio de 2014 en www.elperiodico.com.gt por Dina Fernández 
http://www.elperiodico.com.gt/es/20140623/opinion/249661/

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