Positivismo dialéctico

PEDRO TRUJILLO

Al igual que con el positivismo jurídico —normas emitidas desde la soberbia legisladora aunque no provengan de las tradicionales fuentes del Derecho—, hay un vector estratégico similar y en desarrollo asociado al lenguaje con la intención de confundir interesadamente al espectador: el positivismo dialéctico. Las habituales, a pesar de escribir, impartir clases o contar con carreras o gustos afines a la literatura —según dicen—, promueven vocablos cuyo fin no es otro que desconcertar. Hablan de “criminalizar la protesta”, evitando pronunciar palabras que señalan actos delincuenciales incluidos en el código penal: secuestro, destrucción de bienes, agresiones, etécetera, y que son llevados a cabo por personas o grupos afines a ellas —o su ideología— y, con absoluto descaro, los presentan como situaciones de normalidad endilgando además la culpabilidad, con el uso interesado del lenguaje, a quienes denuncian tales hechos delictivos. Un fino ejercicio de desfachatez.

Otro modismo artificial es aquel de la “retención”, utilizado no hace mucho haciendo referencia a algunos soldados que fueron “retenidos” en Huehuetenango. No le encuentro a la palabrita —en el DRAE— más acepción para las personas que: imponer prisión preventiva, arrestar. El uso del vocablo sustituye a otros dos que serían más apropiados según la situación y que implicarían responsabilidad penal de los autores. Las positivistas dialécticas aplican, incorrecta pero interesadamente, dicho concepto a quienes son detenidos o secuestros por grupos o personas, pretendiendo evitar la correspondiente sanción y presentándolos como actos “normales” y ausentes de condena. Parto forzado de ciertas activistas que es reproducido por los medios, y en las redes, y embaucan al ciudadano. Un último ejemplo —aunque hay más— se refiere a la “ocupación pacífica” de fincas privadas. La realidad muestra que se trata de una invasión de propiedad ajena, algo castigado pero que con aquel suavizante termina por lavar y aclarar el resultado que percibe el receptor, quien en muchas ocasiones se deja llevar por la pasión en lugar de meditar sobre un significado que no comprende. Oímos diariamente decenas de cosas que no comprendemos sin preguntarnos de qué se trata, siguiendo nuestro camino sin más trascendencia.

Que el lenguaje es algo vivo y cambiante es una realidad indiscutible. El problema es cuando desde tribunas privilegiadas imponen formas o léxicos que desvían intencionadamente la atención y para nada responden a dinámicas naturales del ser humano en la búsqueda por definir o nombrar cosas nuevas o emergentes. Esas sutilezas enmascaran realidades que no pueden redefinirse porque modifican su esencia, aunque pretendan camuflarlas para reducirle el grado violatorio de normas y reglas de dichas actitudes. Los medios, como las personas que generan opinión pública, deben designar los sucesos o situaciones por el nombre correcto que los describe y no emplear difusores de responsabilidad, especialmente cuando aquella es delictiva y tiene una grave incidencia en la comunidad. No se debe seguir el juego de crear confusión ¡Ahí esta el reto! Habría que ver que entienden esas literatas positivistas por “justicia” o “reconciliación” para determinar cuál es el objetivo final del uso “particular” de esos otros vocablos. El problema no es que ellas lo utilicen, más bien que la ciudadanía no perciba estas cuestiones y siga el juego que conduce a un debate sin códigos. Hay que emplear adecuadamente los conceptos; los criminales o violentos no tienen por qué designarse de ninguna otra forma.

Publicado el 27 de mayo de 2014 en www.prensalibre.com 
http://www.prensalibre.com/opinion/Positivismo-dialectico_0_1145885421.html

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