A todo este desmadre habría que agregar el robo directo de bienes estatales, sin que exista ningún control sobre los mismos, como el caso de la sustracción de medicinas en los hospitales públicos.
Por supuesto, abundan las comisiones bajo la mesa en función de la obtención de contratos, concesiones, licencias, autorizaciones, finiquitos, devoluciones de impuestos y descargos, a través de descaradas facturaciones mediante las cuales supuestamente se legaliza el atraco.
Los programas clientelares, bajo el calificativo de “sociales”, también se multiplican y se reproducen como cuyos (a través de fondos, fideicomisos, usufructos y demás), dando lugar a la discrecionalidad, al abuso, a la corrupción y, por supuesto, a los “negocios” con obscenas rentabilidades.
Los politiqueros, financistas y funcionarios se llenan los bolsillos a lo grande, sin que nada ni nadie los detenga ni escarmiente. La danza de los millardos (miles de millones) es verdaderamente escandalosa, al extremo que el mundo entero observa a nuestro país con indignación, incredulidad y vergüenza ajena.
Prácticamente, la corrupción ha corroído toda la estructura estatal. Esto está redundando en una profunda desinstitucionalización, es decir en una devastadora erosión de las instituciones estatales, que favorece y alimenta el desorden, la anarquía, la inseguridad, la injusticia y el caos.
Eso sí, los saqueadores siempre demandan el pago de más tributos, alentados y asesorados por los militantes tributarios, cuyo fin último es cargar con nuevos impuestos a la población, especialmente a la clase media, con el ánimo de presentar ante la comunidad internacional la suba constante de la carga tributaria del país, sin importar cómo se gaste el dinero que se recauda. ¡Qué tal!
Publicado el 08 de mayo de 2014 en www.elperiodico.com.gt por Editorial El Periódico http://www.elperiodico.com.gt/es/20140508/opinion/246980/
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