Pareciera que buscamos progresar a partir de la destrucción.
Pero, ¿es eso factible? Se agrava la polarización, se generalizan la descalificación y el insulto, desaparecen los valores, y con ellos, el orden y el respeto a la dignidad de las personas y a la ley. Lo que se desea se arrebata, así se trate de alcanzar el poder, acceder a bienes o someter forzosamente a personas, como ocurre con el creciente índice de crímenes contra la vida, de violaciones sexuales y de las muertes violentas que ensombrecen el diario acontecer.
El juego destructivo se consolida cuando se generaliza la idea de que el fin justifica los medios, ya que dicho en otras palabras, implica que aquí todo vale. Si algo estorba, se elude o se elimina. Si hay que dañar a terceros para alcanzar un objetivo, no hay problema. Total, estamos entre “tigres” y el más agresivo es el que gana.
Pero el tiempo corre, y alguna luz se percibe en el camino cuando se observa la dinámica de algunas organizaciones tradicionales de la sociedad civil, y otras recientes de jóvenes idealistas, que sí son motivadas por causas nobles que dirigen sus actividades en ámbitos propositivos en busca de la superación institucional.
Por otro lado, ensombrece el panorama el predominio del interés político y la atención prioritaria a la expectativa de réditos electoreros. Desde décadas atrás, se descuida el mantenimiento de la infraestructura nacional, solo se asignan recursos mínimos cuando el deterioro alcanza niveles extremos, y las protestas exhiben la tremenda negligencia que también conlleva destrucción.
La ponderación racional de las mejores vías para alcanzar los objetivos deseados ha desaparecido, dando lugar al predominio del impulso agresivo, que se evidencia con la proliferación de la descalificación y la violencia. Pero lo más preocupante es la pequeña minoría que está consciente de que el camino emprendido inclina la pendiente a un precipicio que finalmente nos tragará a todos.
Hoy se trata de dar la imagen de respeto a la ley, pero se elude su cumplimiento con demasiada frecuencia. El sistema de justicia ha alcanzado gradualmente un nivel de independencia mayor, aunque las presiones e interferencias siguen afectando el desempeño institucional y golpeando a sus operadores.
Pero la desconfianza sigue latente y, en muchos casos, resulta justificada ante la sensación de impotencia que provoca la desatención al crimen común, y la persistente impunidad que da como resultado el desaliento y la frustración de la población.
Ante ese panorama proliferan las críticas, que resultan constructivas cuando predomina la razón, pero destructivas si se olvida que una misma moneda tiene dos caras y que, ante la duda, son los tribunales los que deben decidir y la ciudadanía la que debe respetar esas decisiones.
Debe tenerse en mente que en el balance neto, si bien se presume perversidad cuando privan los intereses espurios, la integridad sigue predominando de parte de jueces y magistrados serios que buscan resolver conforme a Derecho. Tal el caso del recién fallecido magistrado de la Corte Suprema de Justicia, doctor César Barrientos Pellecer, quien ciertamente deja un vacío humano e institucional.
Publicado el 06 de marzo de 2014 en www.elperiodico.com.gt por Marta Altolaguirre http://www.elperiodico.com.gt/es/20140306/opinion/243731/
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