Marta Yolanda Díaz Duran
Sé que se han dicho cualquier cantidad de cosas en relación a la agresión contra Roxana Baldetti después de la presentación en el Teatro Nacional del segundo informe del gobierno de Otto Pérez Molina. También sé que hay temas mucho más trascendentales en el largo plazo para nuestro bienestar. Sin embargo, también sé que en la historia de la humanidad, accidentes banales que no deberían afectar la existencia de los demás, han llegado a cambiar el curso de la humanidad. Y, lamentablemente, hechos como el reciente polvazo contra Baldetti, suelen ser los que la gente recuerda por mucho tiempo. Evidencia lo anterior la cantidad de memes y chistes que circulan en las redes sociales virtuales.
Sumando a lo mencionado previamente la intención de algunos de hacer pasar tal suceso como una manifestación de la libertad de expresión, pienso que es importante abordarlo. Independientemente de mi opinión sobre la Vicepresidenta, reconozco que la acción de Geraldine del Cid y Daira Cristal Cotón es un ataque que no se puede considerar como parte de la libertad de expresión. Más allá del daño que haya causado a Baldetti o del cargo que ésta ocupa, bajo ningún punto de vista el agredir a otra persona es un acto pacífico, condición sine qua non de la libertad de expresión, y no debemos dejarnos confundir ni manipular por quienes así quisieran que se tomara. Esta tergiversación de un derecho fundamental (el derecho a expresarnos) puede dar la excusa perfecta a los gobernantes para intentar limitar nuestro derecho.
Es cierto que el polvazo hirió el ego de Baldetti, más que causarle un daño físico, y que su reacción fue exagerada y vulgar. No obstante, eso no cambia el hecho de que fue un acto violento, por lo cual no puede ser considerado como una muestra de la libertad de expresión. También es deplorable que la alharaca que provocó haya distraído a la mayoría del tema más importante de ese día: la presentación de una sarta de mentiras con las que Pérez Molina pretende ocultar el fracaso de su gobierno. Me pareció acertado el titulado dado a la obra presidencial presentada en el Teatro: “El General no tiene quién le crea”. Una verdad reconocida por la mayoría.
Sigo el sabio consejo de Thomas Jefferson: “El precio de la libertad es una eterna vigilancia de la misma”. Por eso decidí escribir sobre este asunto a pesar del cansancio que pueda generar en algunos. Si dejamos que la libertad se confunda con libertinaje, nosotros mismos estamos contribuyendo a que en el futuro nos sea vedado nuestro derecho a actuar sin coacción arbitraria de terceros. Si queremos que se respete nuestra vida, libertad y nuestra propiedad, tenemos la obligación de respetar la vida, la libertad y la propiedad de otros. Sólo se justifica poner en riesgo la vida de otra persona, cuando ésta atenta contra nuestra propia vida o la de nuestros seres queridos. Quien inicia el uso de la fuerza contra alguien más, debe estar preparado a enfrentar las consecuencias de sus acciones.
Artículo publicado en el diario guatemalteco Silgo, 21, el día lunes 20 de enero 2014.
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