ALFRED KALTSCHMITT
Muy convenientemente habrá algunos que querrán comparar a Mandela con los revolucionarios que lograron tomar el poder por medio de la insurrección y el levantamiento armado. Algunos de estos líderes ya son polvo y sus países, al día de hoy, son todavía ejemplos de ser sistemáticos violadores de los derechos humanos a pesar de -¡oh ironía!- sentarse en el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Esos mismos derechos humanos por los que Mandela luchó con tanta pasión hasta las últimas consecuencias. Estas ironías que aún persisten en el ámbito internacional son las que tuvo que enfrentar Mandela con sus mismos colegas de la ANC. Por ello fue que les jugó la vuelta al reunirse secretamente con el ministro de justicia Kobie Coetsee. Y lo hizo —como escriben sus historiadores— a sabiendas de que nunca hubiesen estado de acuerdo. (Al día de hoy tampoco, pienso yo). Y sin embargo, esta relación probó ser vital para asegurar un compromiso político sólido durante las negociaciones de los acuerdos constitucionales entre 1993-1994. “A veces un líder debe caminar delante de su rebaño”, explicó Madiba después.
Hay que leer la historia para entender el contexto histórico revolucionario. Cuando Madiba acepta la decisión de aceptar la lucha armada como principio —por presión de los radicales de la ANC— su estrategia no era tomar el poder por la fuerza, sino obligar al gobierno a negociar; y cuando eventualmente este cede, gracias a su extraordinaria capacidad de estadista y negociador desarrollada a lo largo de muchos años, no demuestra amargura ni venganza, sino una increíble capacidad de perdón y conciliación.
Su hazaña trasciende y se inscribe en la historia. Hay que entender el apartheid de Sur África con el de otros países. La diferencia fue la manera sistemática en que el “National Party”, que asume el poder en 1948, formaliza legalmente the apartheid rules. Es decir, institucionaliza legalmente la discriminación, la segregación y el uso de la infraestructura en beneficio de una raza, en detrimento del pueblo sudafricano de la raza negra. Una abominación.
“Si hubo logro alguno que iluminó a este estadista de tan alta relevancia en el siglo XX fue escoger la reconciliación antes que la retribución. Y actuar como nodriza de la nueva criatura sur africana, una nación democrática, fundada sobre el imperio de la ley y el estado de Derecho.
Mandela trajo esperanza e inspiración a millones alrededor del mundo. Si bien la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética sirvió de plataforma para articular su movimiento dentro de un contexto aún más amplio de apoyo internacional, su legado lo coloca entre los gigantes de la humanidad.
¿Qué lecciones nos deja Mandela para aplicarlas a Guatemala? Que no se puede alcanzar la conciliación rompiendo acuerdos de paz firmados en el espíritu de poder gozar de una paz permanente y duradera. Que toda guerra es cruel, inhumana e injusta. Que aunque las pérdidas hayan sido enormes, el sufrimiento indescriptible, el dolor intolerable, la única vía para construir juntos un futuro y atender esas causales de injusticia y marginación, es el perdón y la cooperación mutua. No hay otro camino. La retribución con la pretensión de traer justicia para las víctimas no generan sino conflicto y guerra permanente. ¿Habría alcanzado Mandela la paz para Sudáfrica, y el gran logro de convertirse en su presidente, si hubiese continuado con un discurso contrario al perdón y la conciliación? Imposible. Eso fue precisamente su mayor proeza.
Como lo expresara el mismo Mandela tantas veces: “Si quieres hacer la paz con tu enemigo, tienes que trabajar con tu enemigo. Entonces se convierte en tu socio”. If you want to make peace with your enemy, you have to work with your enemy. Then he becomes your partner. Nelson Mandela.
Artículo publicado en el diario guatemalteco Prensa Libre, el día martes 10 de diciembre 2013.
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