Caprichitos

La maña del jet privado.

Debe ser delicioso arrellanarse en una butaca de cuero, a 30 mil pies de altura. Estirar los pies y saborear una bebida preparada en vaso de cristal, o descansar la cabeza en una almohada fresca y mullida, que no ha pasado por otras 2 mil cabezas.

 En avión privado no hay que preocuparse de que a uno le toque ventana, corredor o el asiento de en medio. No hay que levantarse porque el de a lado quiere ir al baño, ni aguantar gente platicadora, que ronca o hace ruidos raros al comer.

 No me extraña entonces que los presidentes se mal acostumbren a viajar a sus anchas, consentidos y entre algodones, en aviones privados. En Guatemala y otras comarcas pobres y tropicales, el Estado no cuenta con avión presidencial identificado con el número 1. Por lo general, cuando los mandatarios disfrutan de vuelos privados es porque los han “invitado” jeques empresariales afanados en cortejarlos para obtener privilegios.

 Para evitar las críticas que generan estos “favores” puede ser también que un mandatario alquile un avión. Esto es lo que acaba de hacer el general Otto Pérez Molina, quien no titubeó en arrendar un jet para irse a Nueva York a la Asamblea de la ONU, como si fuera un magnate, no el presidente de un país donde la mitad de los niños padece desnutrición crónica.

 El caprichito de Pérez Molina costó casi un cuarto de millón de quetzales. La factura por hacer el mismo trayecto en avión comercial difícilmente hubiera superado Q8 mil por boleto. Esta es una diferencia inaceptable, cuando el país está rozando niveles de deuda no vistos en casi treinta años.

 No hay excusa que valga para justificar este despilfarro. Otros presidentes, pillados en la misma falta, han argumentado que viajar así les permite ahorrar tiempo. ¡Mentira! Según reportes de prensa, Pérez Molina salió de Guatemala a las nueve de la mañana y llegó a su destino a las cinco de la tarde: perdió un día entero en el traslado, como hubiera ocurrido si se va en vuelo comercial.

 No alquiló un Concorde, así que por llegar más rápido no fue que tomó la decisión. Eso sí, no hizo cola en migración ni tuvo la fortuna de conocer las delicias de una sala de espera ni se ejercitó frente al carrusel del equipaje. De eso sí se libró el mandatario para llegar fresquito a la ONU a pronunciar un discurso que quizá puede disparar con impunidad ante un foro extranjero, pero que aquí escuchamos con frustración.

 Los índices de violencia homicida se han incrementado en los últimos meses, revirtiendo una tendencia de varios meses. Eso es preocupante y el presidente lo sabe, porque esa fue su principal promesa de campaña y contra esa métrica se medirá su desempeño. Escucharlo decir que la violencia ha descendido, haciendo la salvedad que el logro se centra en “zonas urbanas”, enoja y bastante.

 En cambio, el presidente de Uruguay, José Mujica, se robó el show en el podio de la ONU. Uno puede estar de acuerdo o no con el mandatario uruguayo, pero él se puede dar el lujo de decir lo que quiera, porque tiene una estatura moral con la que no sueña ninguno de sus colegas de la región.

 ¿De dónde viene la autoridad de Mujica? De la coherencia de su vida: es un hombre austero que no sucumbe ante las limosinas, las mansiones, los casimires o los vuelos privados. La trascendencia está en otra parte y él lo sabe. Lástima que nuestros gobernantes estén dedicados al negocio del oropel, no al de cambiar realidades para la porción de humanidad que les toca dirigir.

Publicado el 30 de septiembre de 2013 publicado en www.elperiodico.com.gt por Dina Fernández 
http://www.elperiodico.com.gt/es/20130930/opinion/235311/

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