El costo-beneficio de las transformaciones sociales es para todos.
En Guatemala los experimentos políticos dominan el panorama social con resultados negativos, por creer que el futuro está en manos de magos y pitonizas y no en el trabajo y los principios que obligan a la sociedad a salir de la ignorancia y someterse al imperio de la ley. Mientras no se acepte, continuará el caos y el circo con diferentes dueños. La juventud seguirá sin orientacion, sometida al reino de la tecnología y la informática, distorsionando la pureza de sus sueños y costumbres, convirtiendo las tradiciones en saudades.
En lugar de rescatar lo bueno del presente y fundirlo con la grandeza del pasado, para que la raíz de nuestra fortaleza individual y social no muera, cada cuatro años elegimos promociones de políticos ineptos en una especie de masoquismo colectivo. El desencanto llega pronto con la corrupción y las promesas olvidadas, afectando a los marginados que, desahuciados, van a terminar por creer que solo el islam los puede redimir con la fuerza del Corán. No sería raro, si sumamos la debilidad de la fe tradicional y su erosión constante, que debería detenerse.
Las diferentes opciones políticas que han desfilado en las últimas décadas, han gobernado el país como si fuera un corral, sin respeto ni capacidad. Es un continuismo solapado que carece de programa de Gobierno y de recursos humanos idóneos para ejecutarlo. Cortando los hilos de la memoria, culpan de la crisis a los pícaros de turno, escondiendo la responsabilidad de los que sembraron en el pasado la semilla de la desigualdad, sin meditar que no hay efecto sin causa. En la tragedia son primeros actores financistas de campañas y corruptos de cuello blanco, a los que una investigación criminal eficaz llevaría directo a la cárcel sin hacer escala técnica en un hospital privado.
La evolución pausada del viejo modelo que nos rige implica que si los gobernantes se equivocan, rectifiquen y rescaten la armonía social como anhelo ciudadano, evitando la polarización que los extremistas promueven. Los tiempos son diferentes y la alternativa es fortalecer la democracia real como voluntad colectiva de cambio, sin apartarse de los valores universales ni de las aspiraciones humanas. La política no es una ciencia exacta y se puede aprender o sucumbir de los descalabros. Lo que es bueno para mí es bueno para todos, es una falacia que no aplica cuando se gobierna, ni tampoco despreciar la metodología pensando que no vale nada. En las actuales circunstancias, el Presidente puede y debe impulsar los cambios que el país necesita, tiempo y legitimidad tiene. El costo-beneficio de las transformaciones sociales es para todos. Hay que perder el miedo, trascender y hacer historia, recuperando la grandeza que se fue y no quiere regresar.
Publicado el 27 de Agosto 2013 en www.elperiodico.com.gt por Amílcar Álvarez http://www.elperiodico.com.gt/es/20130827/opinion/233480/
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