El hambre degrada y mata lentamente. La criminalidad mata de manera súbita.
Se dice que el hambre es mala consejera. También lo es el miedo, y la desconfianza que carcome las costuras de la sociedad. El hambre degrada y mata lentamente. La criminalidad mata de manera súbita. El hambre tiene sus territorios y estratos sociales de Gobierno. La violencia criminal no reconoce fronteras físicas ni escalas sociales o diferencias ideológicas. ¿Qué puede hacerse? Hay, cuando menos, tres tareas básicas con sentido de urgencia:
Revertir la privatización de los órganos de seguridad, porque nos deja a merced de señores feudales, rehenes de intereses particulares, tras el próximo relevo de gobierno. Debe fortalecerse la capacidad institucional de la Policía y los órganos de investigación. Las estructuras que están financiadas por corporaciones particulares en tareas de inteligencia deben ser desmanteladas y, en su lugar, fortalecerse las instituciones auditadas del Estado, lo cual nos lleva al segundo tema:
Edificar la arquitectura institucional de seguridad del Estado, que incluye promulgar legislación y poner en marcha programas de capacitación. Los órganos de inteligencia que se mueven en una espesa nube gris deben ganar claridad jurídica y elevar su eficacia, aprendiendo a identificar las amenazas reales. Sus competencias y controles deben estar claramente descritos en leyes y reglamentos. Debe fortalecerse la formación de oficiales de Policía (no solo agentes), aplicando mecanismos seguros de selección y seguimiento del personal.
La definición pública de la política de seguridad es clave. La indefinición actual desorienta y ancla posiciones polares. Adherimos formalmente la seguridad democrática y los acuerdos de paz, y desde que arreciaron los operativos punitivos y las acciones de limpieza social, no hay más declaraciones ni definiciones oficiales, solo complicidades y resistencias sordas. Las depuraciones no son confiables, pues resultan reciclajes. Los operativos de alto efecto tienen baja sostenibilidad. Por ello se requiere de una definición integral de política y la identificación de sus fases y metas, y constituirla en una política de Estado ante las nuevas e innegables amenazas.
La inseguridad es otro gran déficit de la democracia. Se puede justificar de múltiples formas, pero lo cierto es que las acciones de seguridad pública siguen sin ganar coherencia. La ciudadanía no tiene a la mano un Estado genuinamente interesado en darse, en nombre de la comunidad, el chapuzón para revertir las actuales tendencias feudales del Estado de Derecho. Las redes del crimen organizado otra vez infectaron a todos los órganos de seguridad del Estado. Y el deterioro institucional se precipita, junto a la maltratada y mal pagada función pública.
Publicado el 26 de Agosto 2013 en www.elperiodico.com.gt por EDGAR GUTIÉRREZ http://www.elperiodico.com.gt/es/20130826/opinion/233397/
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