Carta General Jorge Ubico 1936 a los Diputados

La gran obra, señores Diputados, está esperando a todos los buenos guatemaltecos, que,

en esta vez, deberán de serlo todos. Si ella dependiese solamente de mí, renunciaría ya a su

simple enunciación, por ser sin duda, superior a mis potencias. Mas, ejecutada por todos, de

manera unánime y simultánea (siquiera no presentando maliciosas resistencias), la empresa

se vuelve fácil y sus méritos se derraman sobre el conjunto, en forma de una gloria más para

El acento general parece concretarse en este grito de petición: ¡Honradez! Casi indicando que

nuestros males políticos reconocen por el mismo origen, la falta de moralidad administrativa.

Natural resulta que un país descienda a todas las miserias y vergüenzas, cuando se cree,

o permite creer, que el gobierno civil no es una función de mandato, sino mera propiedad

privada de quienes lo dirigen sin respetos a la ley ni miramientos a las justas reprobaciones

de la opinión indignada. Ciertamente, hay falta monstruosa de honradez en apropiarse el

bien de todos para el disfrute particular y exclusivo de personas o familias privilegiadas por sí

mismas, a títulos de usurpación y descaro.

La administración pública es, o debiera ser, siempre, en cuanto a lo personal, una selección

electiva, y en este concepto se ha de llamar y preferir al empleado de reputada honradez, no

al que carece de ella; se debe colocar al justiciero en los tribunales, y al probo en las colectas y

distribuciones del Erario.

Acerca de este último punto, el del manejo de caudales públicos, me parece de tal manera

ingente la necesidad de reformar caminos y costumbres, que , con tal de garantizar la

pureza administrativa, aceptaría yo más gustoso los dictados de exigente y severo, que los de

tolerante y clemente, toda vez que nadie puede disponer, a su arbitrio, de lo ajeno, y jamás

la indiferencia en desfalcos y exacciones, pudo impedir que los maldicientes vociferaran,

afirmando complicidades lógicas con los funcionarios superiores. De esta suerte, y rindiendo

un franco homenaje al sagrado derecho que el pueblo tiene para vigilar y exigir de sus

empleados estricta cuenta de los dineros fiscales, vengo ahora, de la manera más espontánea

y libre, a depositar en vuestras manos, para conocimiento general, el inventario reciente de

mis bienes, con el fin de que cualquiera disponga de una base segura para cerciorarse de que

durante mi mandato no hubo en mi fortuna un aumento que no fuese natural.

¡Guatemala merece LO MEJOR!

Quiero evitar así los ataques de la maledicencia, pero este acto sencillo que traduce la rectitud

de mis propósitos y la seriedad de mi carácter, no implica, de ningún modo, el abandono de

mi defensa ante el augusto tribunal de la opinión pública, cuando la calumnia pretendiera

mancillar mi nombre.

Por final, repetiré que no es nada halagadora la perspectiva del horizonte gubernamental,

para quien eche a sus hombros como Jefe, la hercúlea tarea de conjurar nuestra crisis

económica, extender el bienestar a las clases derivadas y corregir, radicalmente, los vicios

inveterados durante una larga escuela de abusos y arbitrariedades.

Por fortuna mía, el sencillo programa que me ha presentado el Partido Liberal Progresista, no

es diferente al encontrado también por mí, a través de estudios y meditaciones. Tres palabras

lo sintetizan: Justicia, porque sin ella parece inconcebible el mantenimiento de la armonía y

estabilidad social; Moralidad, dentro de la esfera gubernativa, para aumentar con creces las

eficiencias del organismo oficial, y aún fuera de ella, para ayudar a la sociedad en su lucha

contra algunos hábitos nocivos, falsamente atribuidos a la herencia y el ambiente; Progreso,

en lo moral y material, con el fin de no pararnos ni retroceder ante la gran marcha humana,

hacia los perfeccionamientos de vidas y almas, que nombramos civilización.

Para terminar, no se espera nada de mí si me han de aislar de su concurso los buenos,

aptos y laboriosos. Para este posible, pero no probable caso, casi anunciaría ya el remedio

anticipando de una vez la palabra “dimisión”, pues no me agrada ir nunca en contra de la

sensatez colectiva, expresada por los hombres de buena fe.

Creo firmemente en las grandes virtudes de que es capaz nuestra cara patria, así como en la

belleza de sus elevados destinos. Ante ella, aquí presente, traigo lo único real y positivo que

poseo, a falta de capacidades superiores: traigo, ofrezco y obligo mis sanas, rectas y justas

intenciones, sin impurezas de malicia ni mezcla de reservas mentales.

Señores Diputados: ¡os invito a laborar conmigo en la magna obra de paz y de progreso que

nos está esperando!

Guatemala, 14 de febrero de 1931.

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