Odiar a quien ni siquiera se conoce es francamente inverosímil.
Una sociedad humana regida por la dualidad del “nosotros-ustedes” está condenada a vivir en medio de la división, la desavenencia y el conflicto. “Nosotros” somos los buenos, los puros, los sabios, los infalibles, los nobles, los elegidos, los virtuosos; en tanto que “ustedes” son los otros, los malos, los herejes, los indignos, los impuros, los necios, los feos, los enemigos a los que hay que anular o destruir. Jean Paul Sartre decía: “El infierno son los demás”.
La dualidad “nosotros-ustedes” supone una permanente e interminable pugna por imponerse de los unos sobre los otros. En esta lucha fratricida no hay reglas, impera la confrontación, la intolerancia, el odio, el irrespeto, así como la violencia y la tragedia. Lo único que importa es sobreponerse y prevalecer, y en el peor de los casos resistir, subsistir o morir por la causa. En fin, una insufrible contienda antitética, de contrarios.
Una sociedad dividida es un conjunto de personas que está fragmentado en grupos y subgrupos, que atraen o convencen a los demás a vincularse a ellos bajo la promesa de pertenencia, identificación, protección, afecto, reconocimiento y apoyo. En el seno de estos segmentos, facciones o bandos se comparten intereses, se atizan ideologías, emociones, creencias, estereotipos y asunciones; y, asimismo, se satisfacen deseos y necesidades. Por tanto, les queda como anillo al dedo la frase de Alejandro Dumas (Los Tres Mosqueteros): “Todos para uno y uno para todos”. También se estigmatiza a los otros y se estimulan sentimientos inequitativos, despectivos, conflictivos y deshumanizantes respecto de los rechazados de manera impersonal o considerándolos, incluso, como simples cosas.
Por el contrario, una sociedad unida, cohesionada, es una comunidad que promueve la tolerancia, la fraternidad, la solidaridad, el bien común y la paz; en ella rigen los valores humanitarios, que conciben y aquilatan a la persona como un ser libre, único, irrepetible, singularísimo, digno, autónomo e inacabado; en su seno se trabaja, comparte, convive y coopera en un plano de igualdad, respeto, comprensión y compasión, sin dominaciones, sumisiones ni subordinaciones a poderes o intereses creados.
Sostengo que la convivencia pacífica, así como la armonía en la diferencia, entre los seres humanos es cuestión de buena voluntad o disposición. Por tanto, me encanta la sentencia “paz a los hombres de buena voluntad” (Lucas 2, 14), que, además de sublime, es fundamental. La buena voluntad está asociada con el amor a los demás, tanto a quienes conocemos como a quienes no conocemos. En todo caso, odiar a quien ni siquiera se conoce es francamente inverosímil.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados Hijos de Dios” (Mateo 5, 9).
Publicado el 23 de diciembre de 2013 en www.elperiodico.com.gt por Mario Fuentes Destarac http://www.elperiodico.com.gt/es/20131223/opinion/240028/
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