Las expresiones se desgastan con el uso y con el tiempo. Hablar de la necesidad de tener “conciencia social”, se ha deformado y, hoy por hoy, casi hace referencia a una actitud caritativa. Darle a los que no tienen nada, lo que nos sobra. Esta visión “caritativa” asume que el otro es menos y, por tanto, debe contentarse con las migajas que caen de la mesa de la abundancia.
Más allá de la caridad, el peso de lo social nos cuestiona. Si bien es cierto, cada uno de nosotros es un individuo con intereses personales y con iniciativa hacia nuestros propios objetivos, también lo es que tenemos vínculos de pertenencia, nos guste o no, con un conglomerado mayor. Somos parte de la comunidad, de la Nación, del mundo. En el plano más general, somos parte de la raza humana y del Universo. ¿Son dignos de respeto estos vínculos? ¿Merecen que nos detengamos a analizar qué papel jugamos como parte de ese tejido?
Ciertamente el individualismo como filosofía y como ética, hizo grandes aportes al pensamiento humano. Defender la libertad de conciencia, los derechos humanos y la esencial libertad del hombre frente al poder del Estado, fueron algunos de sus enormes logros. Un colectivismo que no respete esos principios, se convierte en una forma de manipulación del poder.
Pero el individualismo llevado a sus extremos puede ser monstruoso. De hecho, estamos viviendo la implacable destrucción que nos ha recetado: la crisis que flagela a Estados Unidos y Europa se origina del individualismo desatado que olvida su pertenencia a una comunidad humana, la depredación de los bosques, o del océano, son otros ejemplos de lo mismo. ¿Estoy siendo moralista? No lo creo. Me parece que existe un espíritu pragmático en entender la complejidad de las cosas. Somos individuos, pero también somos parte de una colectividad. No existe manera de subsistir sobre el planeta Tierra sin considerar ambas caras de esa moneda.
En Guatemala, nos hemos especializado en un egoísmo primario. Ni siquiera llega a individualismo, pues carece de esencia libertaria. Cerramos la puerta con facilidad a las necesidades ajenas, especialmente las que más nos incomodan. Así, no nos perturba la desnutrición, la extrema pobreza, el clamor por la justicia, o por la defensa de la subsistencia, de los otros guatemaltecos. Obviamos con ello que formamos parte de un mismo tejido. Esta dinámica se refleja en las políticas de un Estado que es indiferente a las necesidades sociales y el interés colectivo. Luego, nos quejamos de la violencia y asumimos que con más pistolas para un ejército de represores será suficiente. Mientras no desarrollemos un pragmático sentido de lo social no lograremos ver la luz al final del túnel… y, por cierto, entendamos bien que esto no incluye a los proyectos “caritativos”.
Publicado el 22 de noviembre de 2013 en www.elperiodico.com.gt por Carol Zardetto http://www.elperiodico.com.gt/es/20131122/opinion/238399/
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